ÚLTIMA HORA

EN LA OSCURIDAD

La nube negra nos envuelve. Ya no hay hacia donde mirar. Casi habría que felicitar al mal por la inteligente implementación de sus planes. En diversos frentes lo ha tenido fácil; se ha enfrentado a un ejército de zombies, de muertos en vida saturados de ego, que sólo se preocuparon de elaborar argumentos a medida para justificar su inacción y procurar prolongar su comodidad.

 

 

 

Si miro hacia el mar desde esta isla de Gran Canaria, atisbo en los muelles una hilera de plataformas de extracción que forman ya parte habitual de nuestro paisaje; e incluso algunos incautos halagan este hecho y se maravillan de ello, sin preguntarse qué está ocurriendo.

 

 

 

Si observo lo que viene de frente, la cosa empeora notablemente: pobreza y drogadicción, gente durmiendo en cajeros automáticos, homosexualidad y lesbianismo, “imposición de la ideología de género” –fomentada y financiada por nuestras propias instituciones públicas-, manifestaciones diversas del mal en múltiples formas, juventud irreverente, tatuada hasta en el alma con símbolos satánicos y exhibición hedonista y permanente de denigrados cuerpos.

 

 

 

Si miro al cielo en la capital, casi no se ven las estrellas, pues la contaminación –en el más amplio sentido del término- parece cubrir el entorno. Es precisa la visión espiritual para mantener la fe y recordar que Dios está por encima de este mundo ahora en caos. Ése mismo Dios que muchos se han negado reconocer y que otros no supieron transmitir, pero que todos debemos buscar, pues cada uno es el principal responsable de su alma.

 

 

 

Viendo las noticias y apartando las superficiales –que constituyen ya parte intrínseca de los noticieros-, lo demás son calamidades de todo tipo. Ésas que los ateos se esfuerzan en repetirse y repetirnos “que siempre ocurrieron” como forma de negarse a sí mismos y a los demás, la existencia de un Ser Supremo; y de los que han procurado un desarrollo espiritual y creen en un Ser Superior ¿cuántos no se hayan perdidos en falsas filosofías y religiones de la Nueva Era?

 

 

 

A veces me pregunto: ¿Cómo hemos llegado a este punto y en tan pocos años? Y a mí mismo me respondo: “Porque tenemos la cabeza dentro de un cubo”. Ante cualquier problema de entre los citados, carecemos de perspectiva y visión espiritual. Puede que veamos el problema en sí, pero no vemos en ellos los “signos de los tiempos” señalados en el ahora más desvelado “Libro del Apocalipsis”. Basta leer a alguno de los muchos profetas de la antigüedad, como Juan de Jerusalén (S.XI-XII), o bien, a tantos otros contemporáneos como los contenidos en este blog www.profeciascambiodeera.blogspot.com para caer en la cuenta de que estamos viviendo precisa y pormenorizadamente lo profetizado.

 

 

 

También me extraño sobremanera cuando no ven ni reconocen a Dios tras estos sagrados textos; al parecer, la misma extrañeza afectaba al Papa Benedicto XVI. Sé que hay mucho escrito y que no todo se puede creer, pues abundan también los “falsos profetas”, pero para eso está el “don del discernimiento”, y en caso de duda: “escudriñar todo y quedarnos con lo bueno”(1 Tes 5:21).

 

 

 

Perplejidad causa que el ejército del mal sí se haya organizado a conciencia y que no duden en actuar a la más mínima oportunidad –e incluso públicamente-. Ellos no tienen reparos en hacer esfuerzos y en dedicar horas diurnas o nocturnas a expandir sus premisas y actividades radicadas en el mal. Por ello, hay incluso oficinas de LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales) subvencionadas con fondos públicos. Y ¡ay de esos responsables políticos que han propiciado que esto suceda, ya que están lapidando su propia alma al apoyar la expansión del mal –pues de ello rendirán cuentas-!¡Enmienden y reparen ya –al menos en parte- el daño causado a sí mismos y a la sociedad! Y los demás ¿cómo hemos llegado a este extremo y qué hacemos al respecto? Pues, permitirlo, sin casi mover un músculo.

 

 

 

¿Por qué no se han constituido centros organizados –con una fuerza igual o superior- que luchen en pro de la familia y en contra de la “imposición de la ideología de género”, en contra del aborto y de la eutanasia, por la preservación de los valores morales y otras tantas actividades necesarias? Son éstos centros y no los otros los que tendrían que formarse y hacerse fuertes, y “los que debieran ser avalados con fondos públicos” integrando en ellos a múltiples asociaciones: centros de enseñanza, organizaciones parroquiales, vecinales, entidades y ciudadanos a nivel individual. Y todos juntos organizarnos con actuaciones concretas (sin ánimos de protagonismo, sino para el fin que se trate) y manifestarnos conjunta y pacíficamente en favor de todos esos buenos propósitos y valores acordes a las leyes divinas. Pues, hasta ahora, son muy escasas las actuaciones en favor del bien, y cuando se realizan, no es de una forma agrupada y coordinada, minimizándose así el efecto de las mismas.

 

 

 

¿Dónde está la Iglesia -que fue advertida de que llegaríamos a esta situación-? ¿Dónde las asociaciones, entidades y personas que debiéramos luchar? ¿Y por qué no se acometen organizada y conjuntamente estas acciones tan necesarias hoy en día? ¿Qué excusa le daremos al Señor? Yo hago lo que puedo... y que muchas veces no va más allá de quejarnos con el que tenemos al lado o incluso tirar piedras contra quien sí intenta hacer algo. ¡Cobardes! Que pudiendo y debiendo hablar, callan, por si pierden los ingresos provenientes de organismos públicos. ¿No saben que todos seremos juzgados?

 

 

 

Además, de entre ésos que critican a quienes sí actúan, muchos, andan más preocupados por mantener su posición y por la corrección política que en luchar por la verdad. Sin embargo, no es escondiéndonos a ver si escapamos de la quema la forma en que debemos librar esta batalla, que en el fondo es una batalla espiritual, del bien contra el mal.

 

 

 

Tampoco está la solución en enmarañarnos en interpretaciones subjetivas ante cualquier problema, porque entonces nos toparemos con tantos pareceres distintos como personas haya. El camino, el único camino, está en Dios; “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:6). Y en este sentido, el camino y la verdad vienen perfectamente delimitados en los mensajes de los auténticos profetas. No tenemos que inventar o improvisar prácticamente nada, pues el Señor nos está hablando con la VERDAD, pero si no leemos dichos mensajes o no los queremos creer porque así nos resulta más cómodo para nuestra forma de vida diaria, entonces, si preferimos interpretar a nuestro libre albedrío, es que así elegimos autoerigirnos como pequeños dioses y proceder según nuestro criterio y conveniencia.

 

 

 

¡Cuántas veces observo que ante un tema concreto la persona elucubra erradamente porque no conoce, no ha leído lo que el Señor revela al respecto! Y a estas personas que van autolegislando a medida que se presentan las situaciones, cuando uno les habla –no según mi parecer, pues eso carece de importancia- sino sobre lo que Cristo ha dicho en Sus mensajes, todo les parece nuevo; de todo se sorprenden, e incluso, algún arrogante manifiesta su desacuerdo con la Voluntad de Dios.

 

 

 

En este sentido, tristemente, he visto madres que tienen un hijo homosexual, y cuando uno le entrega mensajes por escrito sobre lo que Cristo dice sobre la ideología de género y la homosexualidad –y no porque el Señor se exprese condenatoriamente o de malas maneras sino con la Verdad y un fondo de misericordia, justicia y amor-, ésa madre rechaza el mensaje porque autoengañándose, antepone el amor por su hijo a la Verdad, a pesar de saber en su interior, que lo que está leyendo es cierto.

 

 

 

De igual modo ocurre con frecuencia con los sacerdotes; no quieren reconocer la Palabra de Dios tras los mensajes ni adherirse a ella, sino que sus actuaciones en diversos temas fluyen erradamente según su propio criterio. Esto queda con frecuencia patente durante la celebración de la Santa Misa; actúan como si ésta fuera un show mediático en el que su principal preocupación es que todo se desarrolle conforme a sus gustos personales. Es más, no me pasa desapercibido que incluso alguno se avergüenza si me arrodillo para recibir la Eucaristía. Y en estos casos, pienso: ¡No sientas vergüenza ajena por mí, sino por ti y por no cumplir con lo que el Señor te está reiteradamente pidiendo!

 

 

 

¡No señores míos! ¡No hay tanto que improvisar ni interpretar subjetivamente!; sólo hay que seguir –a pesar de nuestras ocupaciones cotidianas- Sus mensajes, lo cual no implica mucho tiempo. ¿O quizás preferimos darle la espalda mientras Él nos habla, para así no tener que quedar sujetos a Sus dictados? ¿No merece Él nuestra principal atención?

 

 

 

El Señor nos está iluminando el camino con un lenguaje actual en muy diversos temas: “cómo impartir y recibir la comunión”, “no admitir matrimonios de sacerdotes”“el Cisma en la Iglesia”“cielo, purgatorio e infierno”; y repite asiduamente que “Su Palabra es invariante”; que tiene la misma validez hace 2.000 años, como ahora o en el futuro; por tanto “ES LA HUMANIDAD LA QUE SE TIENE QUE ADAPTAR A DIOS, Y NO DIOS A LA HUMANIDAD”. Lo que era pecado ayer, lo sigue siendo hoy y lo será mañana; y esto bien vale para las relaciones sexuales fuera del matrimonio –que siguen siendo pecado- como para tantos otros temas.

 

 

 

No se trata de agradar o desagradar al feligrés que se acerca a confesar o a pedir consejo; se trata de hablar con la Verdad (no la nuestra, sino la de Dios), y de llevarla a la práctica en nuestra propia vida. Pero cuando observo con claridad meridiana que el sacerdote está más preocupado de que quien se le acerque no se aleje, y de quedar como un cura campechano y bonachón que habla sólo del amor y la misericordia de Dios pero no se Su Justicia, bajando el listón de las exigencias doctrinales hasta donde haga falta –como si se pudiera- para no perder adeptos –ya que somos pocos-, en esos casos, observo como lleva su alma y la del rebaño a él encomendado hacia el abismo.

 

 

 

Algo similar sucede al impartir y recibir (sin la debida confesión) la comunión. En ocasiones, el propio sacerdote profana sacrílegamente la Eucaristía como si se tratase de una merienda de amigos; a veces, lo hace entregando los objetos sagrados a laicos como signo de su propia predilección. Sin embargo, éstas comuniones así impartidas y recibidas revierten negativamente en las almas de los responsables.

 

 

 

En este momento, cada uno externa lo que lleva en su interior, luz u oscuridad –que en estos tiempos se intensifica-. Se trata de luchar pacíficamente y por amor, “pero luchar” –pues el Señor “a los tibios los vomitará”-. No importa tanto que el ejército del bien esté formado principalmente por ancianitas con andadores, pues nuestra lucha no es física sino contra principados y potestades del mal (Efesios 6:12). No es fácil, no es cómodo ni agradable pero nosotros somos Sus manos para combatir en medio de estas densas tinieblas. ¡Que Él sea nuestro corazón!

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