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CORONAVIRUS

Aumentan las consultas por síntomas de ansiedad y depresión a causa de la COVID-19

Canarias Noticias - 09/10/2020
Doctor Álvaro Doña, psiquiatra Centro Asistencial San Juan de Dios Málaga

Los efectos de la COVID-19, más allá de los síntomas y el proceso de enfermedad propio del virus, también empiezan a presentarse en las consultas de salud mental, principalmente con pacientes con cuadros de ansiedad, ante los que hay que intervenir con celeridad para evitar que deriven en cuadros de depresión, estrés postraumático y duelos complicados de elaborar. Así lo advierte el psiquiatra del Centro Asistencial San Juan de Dios de Málaga, Álvaro Doña, que añade que desde que se levantó el estado de emergencia están viendo también agravamiento en patologías mentales previas tras haber permanecido estos pacientes aislados durante el confinamiento y con las dificultades de la situación actual.

 La COVID-19 irrumpió a finales de febrero cambiando la vida de todo el mundo y  el estrés, la tensión y el miedo provocado por esta situación, lejos de ser transitorios, se está sosteniendo durante mucho tiempo. “Es el precio que estamos pagando, puesto que lo que estamos viendo es mucho cansancio, apatía, síntomas ansiosos y depresivos en muchos pacientes”, explica Doña, adelantando que esta oleada de pacientes que empiezan a llegar -y que aumentará previsiblemente en los meses sucesivos- se parece mucho a la que llegó con la crisis económica del 2008 debido al nivel de incertidumbre al que estamos sometidos como sociedad. “Generalmente, se hacen análisis muy planos sobre la afectación de esta crisis, con mensajes muy generales sobre las consecuencias. Sin embargo, esta pandemia nos afectará a cada uno en función de las circunstancias que nos haya tocado vivir, de manera diferente”, puntualiza el psiquiatra de San Juan de Dios.

 

La vivencia de la pérdida

 Como en todas las crisis, la vivencia de la pérdida es una de las consecuencias más complejas, y en esta pandemia se han producido diferentes pérdidas que derivarán en necesidades diversas. Según, Álvaro Doña, “Primero, nos encontramos con personas que han perdido a sus familiares o allegados a causa del virus, lo que ya es suficientemente duro. Al ser una enfermedad infecciosa, por prevención no han podido acompañar al familiar en el proceso de morir, lo que está generando mucha sensación de culpa, y esto dificulta y alarga el proceso de duelo”. Además, añade que “somos una sociedad mediterránea en la que los velatorios son actos multitudinarios donde nuestro círculo nos muestra su apoyo, nos hace ver que no estamos solos frente al dolor. Pero en los meses más duros, apenas dos personas podían velar al fallecido, sin ninguna compañía ni apoyo, y esto ha generado un dolor extra. Pero es que, además, el resto de la familia que no veló al fallecido ha tenido que elaborar ese duelo sin realizar el ritual de despedida tal y como estamos acostumbrados, algo que resulta muy complejo”. A pesar de la dureza de la situación, el psiquiatra aconseja a estas personas intentar darle un sentido a ese sufrimiento, pensar que el sacrificio de no haber podido acompañar a su familiar hasta el final ha podido servir para proteger otras vidas y evitar la propagación de la enfermedad.

 Otra pérdida que ha dejado la COVID-19 ha sido la de muchos empleos, de negocios o de poder adquisitivo como consecuencia de los ERTE. Por ello, Doña refiere de nuevo la similitud con la crisis de 2008, indicando que la pérdida del empleo, el cierre de un negocio o un cambio drástico en el poder adquisitivo familiar conlleva que muchas personas sientan una pérdida del sentido vital, un gran vacío existencial que, al mantenerse en el tiempo, puede derivar en trastornos depresivos.

 

Distintas maneras de afrontar el miedo

 Los datos sobre contagios, fallecimientos, secuelas, etc. han sometido a la sociedad a un miedo continuado, pero no todo el mundo lo afronta o resuelve de la misma manera. Y la primera de ellas, es la negación. “Teóricamente, podríamos decir que negar la existencia de la enfermedad podría ser una reacción frente al miedo. Cuando hay una evidencia tal, a todos los niveles, de la existencia de la pandemia y sus daños, negar su existencia puede resultar una estrategia de supervivencia ante el miedo”, explica el psiquiatra del centro San Juan de Dios de Málaga.

 Pero también está el otro extremo, en el que se sitúan personas mayores o de riesgo que se encuentran aterradas y que se autoconfinan y aíslan frente a ese temor. A ello, hay que sumarle otro miedo del que, según Doña, se habla muy poco y que hay que visibilizar también, y es el que tienen muchas personas a ser vehículo de contagio, es decir, personas que temen contagiarse y, a su vez, ser el foco de contagio para sus seres queridos. Esto podría cristalizar en un futuro cercano en ansiedad, síntomas de estrés postraumático, fobias o trastorno obsesivo-compulsivo si no se interviene.

  

 

Procesos acelerados de cambio

 En esta pandemia, en la que el patógeno y su comportamiento eran desconocidos, se han producido continuos cambios en los protocolos de atención o prevención, y esto ha creado una sensación de incertidumbre mantenida y de falta de control para muchas personas. Como ejemplo, el psiquiatra malagueño apunta cómo al principio algunas voces recomendaron usar guantes al salir de casa y, poco tiempo después, se desaconsejó porque su uso genera confianza y puede llegar a ser contaminante si entra en contacto con la cara.

 Otro aspecto de cambio acelerado ha sido el del teletrabajo. Doña explica que en poco tiempo, muchas personas han tenido que aprender a manejar las aplicaciones de videollamada o reuniones on line y que su aprendizaje a ritmo forzoso ha supuesto una gran carga de ansiedad para un segmento de la población no familiarizado con las tecnologías. Para otros muchos, a esto se le ha sumado la ayuda a los hijos durante sus jornadas lectivas, impidiendo centrar su atención total en una misma tarea. Por último, muchas personas que han estado o están teletrabajando ven como sus horarios no tienen fin, algo que hace mucho daño, según el psiquiatra, “porque revierte en la pérdida del descanso, en un estado de tensión continuo y en una incapacidad de hacer planes, que es lo que nos tranquiliza: conocer si tenemos un rato para hacer la compra, llevar al niño al pediatra o salir a correr. Estamos viviendo una situación donde es muy difícil organizar nuestro tiempo”. Todo ello desemboca en altos niveles de ansiedad y, sobre todo, cansancio.

 

Resiliencia y relativización como herramientas para evitar los trastornos

 La evolución de la experiencia en el ‘contexto COVID-19’ tiene muchos paralelismos con la evolución que han presentado otras catástrofes previamente estudiadas, pues “los primeros días fueron jornadas heroicas marcadas por mensajes positivos: hacíamos gimnasia en casa con el vecino de enfrente, nos pasábamos chistes por el móvil, nos decíamos unos a otros que esto se acabaría, que seríamos mejores personas después del virus… Aparece una sensación de ‘luna de miel’ como defensa, lo que nos ayudó a movilizar recursos psicológicos para afrontar la pandemia”, explica. Sin embargo, cuando esas expectativas no se han cumplido en los plazos deseados y la lucha se alarga, sucede el agotamiento, “porque luchar permanentemente y en muchos frentes, agota: luchamos por reabrir nuestro negocio, por recuperar nuestro empleo, por ver a nuestros familiares, por salir a la calle, para que el virus no entre en una residencia de mayores; para que no salga de una UCI…”.

 Sin embargo, Doña apunta una clave fundamental para afrontar esta situación, que es conectar con el pensamiento de que este sometimiento del ser humano al azar que el virus ha puesto de manifiesto, ha existido siempre. “Vivimos en una sociedad que da la espalda a la muerte, como si no existiera, y el virus nos ha recordado que podemos morir en cualquier momento, que puede sucederle a uno de los nuestros. La clave está en comprender que la muerte forma parte de la vida y no dejar que se escape el tiempo que tenemos que vivir”. El psiquiatra del San Juan de Dios recomienda trabajar la resiliencia, no negar el miedo, sino asumirlo sin dejar que gobierne la situación, relativizando la sensación de amenaza. “Hemos seguir siempre las instrucciones que nos ofrece Salud Pública,  huir de la obsesión, de los rumores y los bulos y relativizar el miedo. De lo contrario, se puede desdibujar la línea entre lo que puede ser un comportamiento sano y otro más cercano al trastorno”, concluye.

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