La REFLEXIÓN DEL VIERNES de Oscar Izquierdo
Cada vez cuesta más distinguir entre un político y un publicista. La política, que debería centrarse en resolver problemas reales, parece haberse convertido en una campaña de imagen continua. Se imponen los mensajes vacíos, las frases diseñadas para redes sociales y la teatralización del discurso. Más que gestionar, muchos prefieren seducir al electorado como si vendieran un producto. La coherencia ideológica se diluye ante la necesidad de titulares. La prioridad ya no es gobernar, sino gustar. Las decisiones se toman según encuestas, no por convicciones. El político de hoy se mide por su impacto mediático, no por su capacidad de transformar la sociedad. Esta deriva convierte la política en espectáculo, dejando de lado lo esencial: el servicio público. Y mientras tanto, los problemas siguen esperando, detrás del decorado. Pura patraña que pagamos los contribuyentes