Alfonso Licata
Presidente de la Sociedad Dante Alighieri – Comité Islas Canarias
Presidente Comité VII Centenario redescubrimiento de Lanzarote y Canarias por el navegante italiano Lanzarotto Malocello
Sabemos que el autor del primer relato de viaje a Canarias, escrito en el año 1341, fue el gran humanista Giovanni Boccaccio: reveló al mundo la existencia del Archipiélago Canario y de sus pueblos aborígenes, hasta entonces desconocidos, de los que supo describir magistralmente la vida, hábitos y costumbres, completamente ajenos al mundo europeo de esa época, de hombres y mujeres que vivían en un estado salvaje e incivilizado. Boccaccio no se limitó a una mera transcripción de lo que los exploradores italianos Niccoloso da Recco y Angelino del Tegghia de’ Corbizzi habían visto y contado cuando llegaron a aquellas islas. Él, con sus grandes dotes humanistas, describió a aquellos hombres resaltando su carácter, inocencia y grado de civilización, deduciéndolos de la aguda observación y análisis de sus conductas. Por ello el Comité de la Sociedad Dante Alighieri de Canarias junto con el Comité Internacional del VII Centenario del redescubrimiento de Canarias por el navegante Lanzarotto Malocello durante el próximo año 2025, con motivo del 650 aniversario de la muerte de Giovanni Boccaccio, celebrará solemnemente, con una gran serie de iniciativas culturales, la figura del gran literato y humanista italiano.
Unos cien años después, los europeos todavía se preguntaban por las poblaciones indígenas de las Islas Canarias, consideradas salvajes al nivel de las bestias, precisamente en el momento en que estas islas eran tierras de conquista armada por parte de Castilla: un erudito del siglo XV, siguiendo efectivamente los pasos de Boccaccio, a su vez, inspirándose en un viaje similar a las Islas Canarias, ocurrido hacia 1370, según se sabe por la historia de un obispo de Tortosa, compuso un breve tratado en el que expresó su opinión basada en la observación de los hábitos y costumbres de los indígenas salvajes de Canarias desde un punto de vista antropológico, indicando la posibilidad de redención y civilización a través de la práctica del cristianismo. Estuvo activo en círculos eclesiásticos y participó, por ejemplo, en el gran concilio de Basilea donde se discutió la propiedad de las Islas Canarias; Por tanto, es posible que su punto de vista haya influido en las actitudes de muchos sobre la cuestión de si conceder o no a los canarios el estatus de seres humanos plenos. De hecho, a pesar de sus muchas declaraciones muy negativas sobre los isleños, no intentó demostrar que estos salvajes eran simplemente bestias con forma humana. De hecho, quería defender a los nativos de la acusación de incapacidad de elevarse por encima de la existencia animal. Podrían lograrlo convirtiéndose al cristianismo y aprendiendo las "artes mecánicas" de maestros cristianos.
La historia de Hemmerlin tenía una moraleja: creía en la posibilidad de que todo ser humano abandonara la conducta bestial y se convirtiera en un "ciudadano" respetable, devoto y trabajador. Hemmerlin habló de una galera que, mientras navegaba por el Atlántico, había sido perseguida por piratas hacia el sur, desviándose de la ruta preestablecida; la galera enarbolaba la bandera del reino de Aragón. El barco intentó entonces escapar de los vendavales dirigiéndose hacia el sur durante diez días y diez noches, hasta que su tripulación avistó algunas islas, probablemente Fuerteventura y Lanzarote. Al acercarse, los aragoneses vieron personas de ambos sexos cubiertas con sencillas pieles de animales, aullando como perros, con apariencia, francamente, de simio. Según cuenta Hemmerlin, para ambos fue un encuentro con un tipo de personas hasta entonces desconocidas. Los nativos nunca antes habían visto a los europeos, afirmó, “ni tienen ni conocen el uso de los barcos”. Los isleños solían comer carne cruda, pero cuando empezaron a comprender que los visitantes no tenían malas intenciones hacia ellos, se abrieron al contacto e incluso comieron con ellos algunos alimentos que los marineros asaban y freían en las ollas que llevaban consigo. . Los isleños apreciaban mucho el sabor y el olor de la carne bien cocida. Esta receptividad a las costumbres y habilidades occidentales era evidentemente importante para Hemmerlin, ya que demostraba que los isleños eran capaces de alcanzar un nivel superior de humanidad. Luego algunos de los nativos acompañaron a los marineros aragoneses, al parecer por voluntad propia, a visitar otras tres islas, donde los exploradores fueron nuevamente acogidos, pero pronto descubrieron que las lenguas habladas eran "especiales y distintas", otro testimonio de la fascinación que sintieron los autores europeos ante la variedad de lenguas habladas en Canarias. La galera continuó hacia el oeste a través del archipiélago. Pero la quinta isla en la que desembarcaron los marineros fue aún más sorprendente que las cuatro que ya habían visitado. Los nativos eran muy hostiles y no sólo parecían animales, sino que se comportaban como ellos. Los acoplamientos se realizaban en público y en cualquier caso todas las mujeres eran compartidas sexualmente por los hombres. Al abandonar el archipiélago, los exploradores trajeron consigo algunos hombres y mujeres, probablemente sacados de la primera isla que habían visitado. Estos nativos, sin embargo, pronto dejaron claro, con lengua de signos, que querían volver, por lo que, con "gran benevolencia", los marineros los recogieron y al cabo de un mes regresaron a territorio aragonés. Luego se pidió consejo a la Universidad de París sobre qué hacer a continuación y se acordó que los isleños necesitaban urgentemente el trabajo de frailes misioneros y expertos que pudieran enseñarles agricultura y artes mecánicas; y de hecho las misiones, afirma Hemmerlin, tuvieron éxito ya que los nativos de las islas "buenas" entraron en contacto con la fe católica e incluso aprendieron el arte de escribir, mientras (desafortunadamente) los habitantes de la quinta isla fueron "abandonados a sus salvajismo bestial." Según Hemmerlin, el rey de Aragón proclamó su derecho de señorío y los isleños (o al menos los buenos) lo aceptaron, porque nunca habían tenido otro señor; La observación es importante porque Hemmerlin debió conocer perfectamente los derechos que los distintos reinos ibéricos tenían sobre las islas y estaba bien informado sobre los asuntos españoles. Hemmerlin, sin embargo, no se limitó a informar sobre esos hechos, sino que añadió comentarios personales. Escribió que los isleños vivían generalmente en un "estado de inocencia" - "de hecho vivían según la ley de la naturaleza" -: claramente, no se refería a una sociedad pagana equilibrada, que funcionaba de manera razonablemente compleja según los principios de la ley de la naturaleza. Su opinión era que el hombre natural era tanto (o más) animal que el hombre. Un aspecto de la inocencia de los isleños era que tenían todo en común, incluso (sorprendentemente) mujeres, pero rápidamente aprendieron a comportarse mejor una vez que llegaron los misioneros y comprendieron la importancia del matrimonio. Según Hemmerlin, los misioneros habían realizado una "reforma" de la vida de los isleños, transformándolos en seres humanos respetables, además de cristianos. Así, abandonando su condición primitiva, cercana a la de los animales, los isleños se humanizaron y adquirieron las capacidades de un pueblo civilizado. La contribución de Hemmerlin representó una nota positiva de optimismo y esperanza, aunque atenuada por la fuerte imagen negativa que atribuía a los isleños una apariencia y un comportamiento similares a los de los monos. Sin embargo, para situar la obra de Hemmerlin con mayor precisión en el contexto antropológico específico de la historia de las actitudes europeas hacia los pueblos indígenas, conviene recordar que su descripción de los habitantes de las Islas Canarias alternaba un aspecto positivo con uno negativo en la misma frase, en una manera que sería característica de quienes luego escribirían sobre los pueblos de América
Texto traducido al español de la obra “ Dialogus de nobilitate et rusticitate:
“Hay asimismo hacia occidente algunas islas descubiertas de una manera casual y maravillosa no ha mucho, desde el año del Señor de 1370 o aproximadamente, según me refirió el obispo de Tortosa, en la actualidad ilustre cardenal aragonés. Tales islas no se hallan reseñadas en libro alguno de los antiguos historiadores y no hemos leído que ellas ni sus habitantes se hayan reconocido dominio supremo de otro desde el origen del mundo. Esto se supo de la siguiente manera: Como unos piratas persiguiesen hostilmente cierta galera o nave del rey de Aragón, los marineros, dejando a su espalda la tierra firme, es decir, el reino de Aragón, sin esperanza y contra su voluntad se lanzaron, a toda vela, por la inmensidad del mar océano, hacia occidente, empujados por un violentísimo viento levante que nace de oriente que continuó aún, con gran furia durante nueve días y nueve noches en el desamparo del mar. Por fin, en la mañana del décimo día, salido ya el sol, mientras contemplaban unos agudos montes que sobresalían de cierta isla y que los brillantes rayos solares esclarecían, y al tiempo que se aproximaban, vieron gentes de uno y otro sexos ceñidos y envueltos con pieles crudas de animales y que ladraban a manera de los perros; sin embargo, se entendían mutuamente y con claridad a su manera. Tenían, en general, las caras chatas o aplastadas, semejantes a las de los monos (g). Desde allí, Jos navegantes, impulsados por el hambre y extenuados se aproximaron a los promontorios. Los naturales, al ver este acontecimiento y que su entrada era pacífica, (se) admiraban de la rara novedad de los gestos. Aunque a la verdad ni ellos ni sus progenitores habían visto hombres tales ni próximos ni lejanos, ni habían puesto los ojos en naves, recibieron, sin embargo, pacífica y humanamente a los extranjeros, quienes, con señas y quejidos, dieron a entender que estaban hambrientos y en seguida consiguieron, con buena voluntad y humanamente, lo pedido de los indígenas. Así, pues, los naturales sacaron bueyes, ovejas y aves (h), que ellos solían comer crudos, al Igual que hacen los cíclopes y los agriófagos en la India, acerca de los cuales Isid. Ethi. XI. c. ult. y como en otro tiempo los vínulos y los húngaros, según dice Goff. Viterbiense en su crónica. Inmediatamente los forasteros cocieron y frieron si fuego, en los calderos y utensilios que habían traído consigo, las carnes crudas, adecuadamente sazonadas con sal, y, mientras comían, hacían partícipes a los indígenas de estos bien condimetados manjares, los cuales, al saborear alimento tan oloroso y bien guisado daban gritos de alegría. Por donde los viajeros permanecieron, en convivencia, de este modo, varios días, y desde allí (se dirigieron) luego a otras tres islas vecinas más elevadas, llevando consigo algunos de aquellos indígenas. En estas islas fueron igualmente bien recibidlos, aunque los habitantes de cada una de ellas tenían un modo de hablar característico y distinto del de las otras. Por último, por indicación de los mismos naturales, examinaron una quinta isla, de lejos rodeada (de escollos, hacia occidente, cuyos indígenas eran tan feroces que en modo alguno permitieron que se les acercasen. Rechazados de tal manera, volvieron a la primera isla, y observaron atentamente las costumbres salvajes de todos, más que en nada en el uso de las comidas. Observaron asimismo que los varones y las hembras se reunían en cualquier lugar público, mezclándose también en coito natural, y que las mujeres eran comunes para todos, esto es, no eran poseídas por determinados varones. Alimentaban la prole como los demás animales salvajes, según dice la "lex IIC de indicta viduitate", es decir, que la naturaleza hizo las mujeres para esto: para parir, También Ovidio, según cuenta en su obra "Tristes", fue confinado por Octavio Augusto, y, en el destierro, enviado a la Escitia, donde vivían tes hambres de un modo bestial y cruel, y en el trato discrepaban en absoluto de todas las demás gentes. Habiendo sido examinadas estas y otras cosas con auxilio de los antedichos naturales, y tomados consigo algunos pares de varones y de hembras de estas gentes y significándoles por señas que volverían, los abandonaron en 'muy buena armonía. Al cabo de un viaje de más de un mes de navegación, arribaron a su tierra, y apenas llegaron hicieron saber las cosas que habían visto al parlamento del rey de Francia y a la universidad de París por mediación del rey de Aragón. Con el consejo de éstos volvieron a llevar a las susodichas islas sacerdotes de la orden de los menores (Franciscanos) y asimismo agricultores y artesanos' de todas las artes mecánicas, de acuerdo con las necesidades humanas, quienes han trabajado tan hábilmente, por misericordia de Dios, que al presente han sido (ya) atraídos a la mansedumbre de los hombres habituales y a costumbres humanas y a la fe católica, y sus jóvenes (han sido informados) con éxito en el conocimiento de las letras. La quinta ida, sin embargo, ha quedado en su feroz bestialidad. Y quienes de ninguno entre ellos ni de otro aceptaban el dominio reconocen actualmente como señor suyo al príncipe de Aragón. Y las gentes de aquellas Islas, según se averiguó entre tanto con certeza, no tenían entre 91 propiedad de las cosas en alguna manera diferenciable, antes bien todas eran comunes, como en estado de inocencia (i). Así, pues, vivían según la ley natural, y se halla que el filósofo Platón ha reconocido y según la ley divina. Lo cual es de derecho. Pero en esta comunidad se excedían demasiado, porque, según se dijo antes, tenían, por lo general, las mujeres comunes. Mas actualmente, y después de la antedicha reforma, cada uno tiene su mujer y cada una tiene su varón, a causa de la fornicación. Así y en otras cosas viven como han acostumbrado (vivir) los hombres después de la caída, por dos motivos principalmente: Primero, porque la comunidad está en contra del trato pacífico y siempre produce discordia. Segundo, porque es un vicio natural que sea mirado con indiferencia lo que se posee en común, y las cosas propias son tratadas con más cuidado que las comunes. Es de necesidad.”
Alfonso Licata
Presidente de la Sociedad Dante Alighieri-Comité de Canarias
Presidente del Comitè Internacional del redescubrimiento de Canarias por el navegante italiano Lanzarotto Malocello
Corresponsal Consular de Italia en Lanzarote