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ALGUNAS REFLEXIONES DE AZAÑA SOBRE LA II REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

En este nuevo aniversario, el 78, de la II República parecen pertinentes algunas reflexiones de Manuel Azaña, el personaje más representativo de este régimen político.

Una de las obras que he releído en numerosas ocasiones, porque siempre encuentro en ella algo novedoso y que me produce además de disfrute continuas reflexiones es La Velada de Benicarló: Diálogo de la Guerra de España de Manuel Azaña. Según el mismo autor, fue escrita “dos semanas antes de la insurrección anarquista de mayo de 1937 en Barcelona contra la República y la Generalitat”. En plena guerra civil y en medio de este dramático enfrentamiento dentro del bando republicano. Es un momento que en España corría mucha sangre y había mucha violencia, en el que el Presidente de la República esta desilusionado por el fracaso del sistema republicano, en el que había depositado tantas ilusiones. Ahora se siente un político amortizado. El nombre de Benicarló, se explica por ser el lugar donde se reunió en repetidas ocasiones con Largo Caballero, al estar a medio camino su residencia de Barcelona desde septiembre de 1936 y la del Gobierno de la República en Valencia desde noviembre de 1936.

Es una obra que tiene la forma del diálogo, que permite su representación teatral. Participan once personajes y aunque Azaña nos advierta en el prólogo: “Sería trabajo inútil querer desenmascarar los interlocutores tratando de encontrar personajes concretos”, algunos podrán estar identificados. El doctor Lluch, de la Facultad de Medicina de Barcelona sería Negrín. Claudio Marón el abogado sería Ossorio y Gallardo. Pastrana, prohombre socialista sería Indalecio Prieto. Barcala el propagandista, Largo Caballero. Azaña estaría representado doblemente en Elíseo Morales, como escritor y en Garcés, como ex ministro. El resto serían: Miguel Rivera, diputado a Cortes. Blanchart, comandante de infantería. Laredo, aviador. Paquita Vargas, del teatro. Un capitán. Las personas que participan en el diálogo representan corrientes de opinión mayoritarias en la España republicana, y llama la atención que no participen los anarquistas por su negación del Estado en sí (objetivación de la razón política de Azaña), y catalanistas y nacionalistas vascos por su ataque al Estado español.; lo que tiene cierta lógica, si tenemos en cuenta su concepción racionalista del Estado. Todos los demás prototipos, el republicano, el intelectual, el socialista moderado, el socialista radical, el comunista, el militar republicano, etc, a pesar de sus diferencias, participan ya que todos ellos tienen el mismo ideal: la defensa del Estado republicano.

El tema fundamental de esta obra es la guerra fratricida, tratando de indagar las razones de semejante hecatombe, como también sacar consecuencias para el día después, ya que en la

nota preliminar sus últimas palabras se refieren al consuelo y a la esperanza. En este libro devastador Azaña vertió los sentimientos de tristeza, angustia, abatimiento y pesimismo con que reaccionó ante el levantamiento militar del 18 de julio de 1936. Todavía más desesperanzado cuando el Gobierno de la República es abandonado por las democracias occidentales europeas. Es un acto de desesperación, porque su alma está destrozada al contemplar cómo los españoles se están matando sin piedad, lo que supone el fracaso de su proyecto político republicano. Por ello hace decir a Lluch (Negrín): ¡Utilidad de la matanza! Parecen ustedes secuaces del Dios hebraico que, para su gloria espachurra a los hombres como el pisador espachurra las uvas, y la sangre le salpica los muslos. Vista la prisa que se dan a matar, busco el punto que podrá cesar la matanza, lograda la utilidad o la gloria que se espera de ella. No la encuentro… En cuanto a los culpables del desencadenamiento de la tragedia lo expresa Blanchart (comandante de infantería): En nuestro país, violento, intolerante, sin disciplina, los generales menores de sesenta años son un peligro nacional. Una vez estallada la guerra los enemigos de la República según Garcés (Azaña): Enumerados por orden de su importancia, de mayor a menor, los enemigos de la República son: la política franco-inglesa, la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la autoridad del Gobierno; por último, las fuerzas propias de los rebeldes. ¿Dónde estarían ahora los sublevados de julio, si las otras tres causas, singularmente, la primera, no hubiesen obrado a su favor?

Las diferencias de la represión en ambos lados son claras según Marón (Osorio y Gallardo): Con una diferencia importante. En esta zona, las atrocidades cometidas en represalia de la sublevación, o aprovechándola para venganzas innobles, ocurrían a pesar del Gobierno, inerme e impotente, como nadie ignora, a causa de la rebelión misma. En la España dominada por los rebeldes y los extranjeros, los crímenes, parte de un plan político de regeneración nacional, se cometían y se cometen con aprobación de las autoridades.

En todo momento el texto mantiene un tono pedagógico y justificativo: cómo y por qué se matan entre sí los españoles, como si fueran herederos de una tradición histórica, por ello las generaciones futuras deben conocerlo. Garcés (Azaña): ¿Qué aberración fascinante arrastra a los promotores de este crimen contra la nación y a quienes la secundan? Una porción de españoles ha pedido y admitido la entrada de los ejércitos extranjeros. De otra manera, no habría invasión. Con tal de reventar a los demás compatriotas, entregan la Península a un conquistador. Fuera de España, el caso no tiene semejanza en la historia contemporánea. .. De nuevo Garcés (Azaña): Otros pueblos ambiciosos o semibarbaros dirigen su furor contra el

extranjero. España es el único que se clava su propio agujón. Quizá el enemigo de un español es siempre otro español. Por ello tiene pleno sentido la pregunta que se hace Morales: ¿Qué se han hecho los españoles unos a otros para odiarse tanto?

Hay un diálogo muy interesante y toda una visión certera de la Historia de España. Barcala (Largo Caballero) dice: ¡El diablo que entienda a este país! Responde Morales (Azaña): La sociedad española busca, hace más de cien años, un asentamiento firme. No lo encuentra. No sabe cómo construirlo. La expresión política de este desbarajuste se halla en los golpes de Estado, pronunciamientos, dictaduras, guerras civiles, destronamientos y restauraciones de nuestro siglo XIX. La guerra presente, en lo que tiene de conflicto interno español, es una peripecia grandiosa de aquella historia. No será la última. En su corta vida, La República no ha inventado ni suscitado las fuerzas que la destrozan. Durante años, ingentes realidades españolas estaban como sofocadas o retenidas. En todo caso, se aparentaba desconocerlas. La República, al romper una ficción, las ha sacado a la luz. No ha podido ni dominarlas ni atraérselas, y desde el comienzo la han atenazado. Quisiéralo o no, la República había de ser una solución de término medio. He oído decir que la República, como régimen nacional, no podía fundarse en ningún extremismo. Evidente. Lo malo es que el acuerdo sobre el punto medio no se logra. Aquellas realidades españolas, al arrojarse unas contra otras para aniquilarse, rompen el equilibrio que les brindaba la República y la hacen astillas. En cierta ocasión escribí que entre los valedores de la República debía establecerse un convenio, un pacto como aquel que se atribuyó a los valedores de la Restauración. No me hicieron caso, es claro. ¿Por qué habían de hacérmelo? Hemos visto ya desde 1932 a ciertos republicanos conspirar con los militares; y a otros (los menos) desfogar su impotente ambición personal en una demagogia descabezada. Pero un régimen que aspire a durar necesita una táctica basada en un sistema de convenciones. Más lo necesitaba la República, recién nacida, sin larga preparación política, entre el estupor pasajero de sus enemigos tradicionales y la aquiescencia condicional, reticente, amenazadora de algunas masas. Tenía que esquivar la anarquía y la dictadura, que crecen sin cultivo en España. Conocida la realidad, era indispensable el convenio táctico. No quiere decir engaño ni farsa. Por lo visto, nuestro clima no es favorable a la sabiduría política. La República, dando bandazos, ha venido a estrellarse en los abruptos contrastes del país.

Más adelante Marón (Ossorio y Gallardo) dice: Una transformación social en España era inevitable y dentro de ciertos límites, provechosa, justa. La República quiso emprenderla por sus medios. El intento y la estúpida leyenda de la amenaza comunista, han dado pretexto y temas a la rebelión militar. Producido el alzamiento, era fatal la repercusión en el otro lado. La indisciplina

militar sirvió de acicate a otras indisciplinas. El río se ha desbordado por ambas márgenes. La República flota todavía en medio de la corriente. Empeñarse en remontarla habría sido naufragio seguro, perdiéndose todo, lo legal y lo revolucionario. Que existe de hecho una revolución, no lo desconocerá usted. Tampoco niego que será menester ordenarla, consolidarla. A su sombra se han cometido desmanes y crímenes. Siempre pasa lo mismo en la revolución.

Estos fragmentos mostrados nos pueden servir como un atractivo aperitivo para inducirnos a todos los españoles a conocer esta extraordinaria obra, una de las obras más importantes del pensamiento político español de los últimos tiempos, el mejor documento quizá sobre la República y también un inapreciable testimonio sobre nuestra guerra civil. Por ello debería ser lectura obligatoria entre los estudiantes de secundaria. LA VELADA cumple así dos importantes objetivos: por un lado, su valor es inmenso para que las generaciones actuales comprendan mejor la guerra y la República, y, por otro, refleja de modo meridiano la real dimensión de Manuel Azaña; el hombre de razón, el liberal insobornable que ni en los momentos más duros de su vida perdió su amor a España y a la libertad.

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