Casimiro Curbelo
Presidente del Cabildo de La Gomera
Entrando de lleno en un verano extremadamente duro, una de las mayores preocupaciones de muchos canarios, entre los que me cuento, son nuestros montes. Quienes hemos vivido de cerca el daño que causan los incendios forestales nos ponemos en alerta cada vez que se da esa fatídica combinación de calor, viento y baja humedad. Pero en este caso lo que se puede hacer ya está hecho: aumentar la limpieza de los bosques, extremar la vigilancia y preparar los medios para actuar rápidamente ante el menor conato.Y rezar para que tengamos suerte.
Pero existe un segundo frente donde nuestras islas afrontan una posible situación catastrófica y donde aún no se ha hecho lo que se debe. Una situación que también pone en riesgo vidas humanas. Hablo de la previsión de nuevas llegadas de migrantes provenientes del vecino continente, que será mayor hacia finales del verano cuando se den las mejores condiciones de navegación. Y hablo, especialmente, de la situación de colapso que viven los centros de atención a niños migrantes que se han dispuesto para atender una demanda que ha superado todas nuestras expectativas.
A lo largo de los últimos meses, la mayoría de partidas en Canarias se han unido por la especial situación de vulnerabilidad que padece el Archipiélago. Todos los argumentos ya han sido dicho. Todas las razones han sido expuestas. Y se han gastado todas las excusas. La decisión que tanto tiempo se ha postergado tiene que plantearse de manera urgente. Hablo del debate y la aprobación de medidas extraordinarias en el Congreso de los Diputados. Es necesario que se acometa ya esa tarea ineludible porque se está gestando una crisis humanitaria de enormes proporciones en nuestras islas. Ningún ciudadano español, ningún territorio y ningún partido político puede permanecer ajeno al problema de la atención a los migrantes que pueden seguir llegando a las islas antes de finales de año y especialmente ante los niños vulnerables que puedan llegar a nuestras costas.
Entiendo las críticas que se hacen sobre posibles errores que se han cometido en materia migratoria. Porque es cierto que durante demasiado tiempo se ha carecido de una política consensuada y eficaz de la Unión Europea. Es posible que en ocasiones se haya deslizado un indeseable efecto llamada que pone vidas en peligro. Y que no se haya hecho una adecuada política de colaboración al desarrollo y a la prosperidad en países africanos asolados por la pobreza.
Pero siendo importante todo eso, ahora mismo estamos en otra. Es urgente que en un muy breve plazo se tomen decisiones para actuar frente a una situación potencialmente grave que afecta a las islas. Necesitamos medios materiales y humanos dimensionados a las expectativas de arribadas de las que hablan los expertos. Y capacidad de respuesta para hacer frente a situaciones de colapso que podrían llegar a producirse en nuestras costas. Y esas medidas hay que disponerlas de manera preventiva.
Vivimos tiempos de turbulencia política y de crispación. Y es más necesario que nunca ejercer eso que Baltasar Gracián llamaba el arte de la prudencia. El enfrentamiento no nos lleva a ningún sitio que no sea la división y la debilidad. Sé que es difícil mantener la calma cuando se ven cosas que nos afectan a todos y que solo se discuten entre dos partes, como la financiación de Cataluña y la concesión de privilegios fiscales a una de las comunidades más ricas del Estado. Algo especialmente doloroso por cuanto uno tiende a comparar el mucho caso y la gran importancia que se les da a algunos y la poca atención que se nos otorga a otros.
Aún así, debemos hacer un esfuerzo para dejar de escuchar el ruido y no caer en la trampa del cólera. Debemos confiar en que quienes gobiernan España sean perfectamente conocedores de que Canarias no puede quedar al margen de una financiación adecuada a una de las Comunidades más pobres del Estado.
Espero y deseo, de todo corazón, que no tengamos incendios que destruyan nuestros montes, arrasen la convivencia y conviertan en cenizas la confianza de todos los canarios. Porque en todo caso, los montes, con el tiempo, se recuperan, pero la confianza traicionada no.