El Día de la Ascensión es la onomástica de muchas mujeres. Una de las fiestas más señaladas en el calendario fue, siempre, el Día de la Ascensión; tanto, que se incorporó al refranero: “El día de la Ascensión cuaja la almendra y el piñón”, “hasta el día de la Ascensión, no guardes tu capa ni tu capuchón”... También destaca en el Arte, con hermosas pinturas, y en nuestra literatura castellana. Hermosa la Oda “A la Ascensión”, de Fray Luis de León. Esta fiesta data, como mínimo, del siglo IV; pero ya no se cumple el dicho popular: «Tres jueves hay en el año que relucen más que el Sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de La Ascensión». Por acuerdos con la autoridad civil, se celebra, ahora, el domingo siguiente al día correspondiente, el jueves ( justo cuarenta días después del Domingo de Resurrección), con lo cual, para muchos, pasa desapercibida.
¡Qué emocionante y, a la vez, triste, sería el momento de despedirse, los Apóstoles, de Jesús en el Monte de los Olivos.¡Qué bien lo dice el Poeta: «¿Y dejas, Pastor santo,/ tu grey en este valle hondo, escuro,/ con soledad y llanto;/y tú, rompiendo el puro/ aire, ¿te vas al inmortal seguro?/ (...) ¿Qué mirarán los ojos/que vieron de tu rostro la hermosura,/que no les sea enojos?/Quien oyó tu dulzura,/¿qué no tendrá por sordo y desventura? (...)». Embelesados, miraban al Cielo, oculto, ya, el Señor. Dos hombres vestidos de blanco ( ángeles), les dijeron: “Galileos, que hacéis ahí, plantados, mirando al Cielo? El mismo Jesús, al que habéis visto marcharse al Cielo, volverá como le habéis visto marcharse” . Después de elegir nuevo Apóstol ( Matías) y de pasar diez días de oración en el Cenáculo en espera de la efusión del Espíritu Santo, “con María, Madre de Jesús y algunas mujeres”, se dedicaron a la Predicación. Cumplieron, pues, los encargos de Jesús: “Permaneced en Jerusalén hasta que hayáis recibido la Fortaleza de lo Alto” ( El Espíritu Santo). “Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra” (Hech 1,8). “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado; y he aquí, que yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos ". (Mateo 28: 18-20).
La Ascensión del Señor anima nuestra esperanza: “Voy a prepararos un lugar” ( Jn, 14, 2). Nuestro paso por la Tierra es una peregrinación al Cielo: “Volveré a veros, se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría” (Juan, 16; 22, 23)
Josefa Romo