ÚLTIMA HORA

LA REFORMA DE LA MOCIÓN DE CENSURA

José Fco. Fernández Belda

Viviendo en San Borondón

Sin la menor duda, España está pasando por unos meses muy convulsos en materia política, social y económica. No hay sector que no esté soliviantado por las medidas tomadas por el Gobierno, o por las no tomadas, que como es bien sabido, hay gente para todo y para todos los gustos ideológicos como se comprueba con sólo abrir periódicos, radios o televisiones. Para unos es el Apocalipis y el fin de los valores occidentales, para otros es el nacimiento del Hombre Nuevo al peor estilo soviético, personas con cualidades socialistas como señalan la Agenda 2030 y el socialismo del Siglo XXI, léase totalitarismo bolivariano.

Un observador de la realidad española que intentara ser objetivo y quisiera ordenar por gravedad los problemas que nos acucian a la inmensa mayoría de nosotros, los que no somos cargos políticos o militantes, creo que pondría entre los dos primeros el desempleo y la inflación. Escribo “desempleo” y no “paro” como antes se decía, porque ya no son sinónimos tras la reforma laboral de Yolanda Díaz. Muchos de los que antes se llamarían parados, ahora son fijos discontinuos en situación de discontinuidad para que no inflen las estadísticas oficiales del paro, por más que estén tan parados como los parados de siempre.

Y el segundo gran problema, al menos para mí, es la creciente y al parecer imparable inflación que nos hace un poco más pobres día a día, aunque se nos diga que ya no está escalando tanto como antes. El nuevo INE podrá decir lo que sea, pero la caja del supermercado dice lo que dice y no lo que el Gobierno quiere que diga. Y este “impuesto”, lo pagamos todos, ricos y pobres, más la clase media y los pobres aunque sólo sea porque somos mas. Y, se disimule como se disimule, el gran beneficiado de estas subidas está siendo Hacienda, cuya recaudación por IVA o IGIC, el impuesto con nombre de relincho, está creciendo sin parar y el Gobierno se niega a rebajarlo con la excusa de Europa o de Putin, nuevo chivo expiatorio para justificar cuanto desacierto produzca o genere la acción gubernamental.

Sin embargo, cuando se lee la prensa, se escucha la radio o la televisión, parece que el gran problema que acucia a los ciudadanos de a pie es la renovación del CGPJ y los Tribunales Supremo y Constitucional. Una ministra llegó a decir que de eso oía hablar con preocupación a los viajeros de los transportes públicos, ¡como si ella los usara! Los políticos se tiran gruesos palabros en el Parlamento, supongo que también en la cafetería del Congreso entre partido y partido del Mundial, (por cierto, al parecer también corrompido por los políticos), acusándose nada menos que de golpistas y de practicar la violencia verbal contra las ministras. Incluso un desaforado portavoz socialista comparaba al PP con Tejero sin que la presidenta Batet ordenara borrar esas palabras del Diario de Sesiones como en otras desafortunadas ocasiones. Por supuesto que el desaforamiento era sólo el su histriónico discurso, porque si no fuera por su aforamiento, tal vez debería ser procesado por injurias.

Las posturas de los políticos están tan enconadas, al tiempo que el no cumplir con las exigencias de los socios del Frankenstein puede hacer caer al Gobierno, que tal vez sería preciso hacer un alto para meditar y reconducir la situación. Dado que con el actual sistema político, los ciudadanos somos testigos y víctimas sin voz ni voto hasta justo el día de las elecciones y como el Presidente del Gobierno se niega a convocar comicios anticipados para que el pueblo hable y decida, sólo queda usar por parte de nuestros representantes políticos el mecanismo de la moción de censura o la cuestión de confianza. Aunque se sepa de antemano que sólo será un griterío teatral sin posibilidad matemática de cambiar nada, al menos cada cual podrá exponer sus razones o sinrazones y retratarse ante la ciudadanía. Bueno, eso podría ser así siempre que el reglamento del Congreso, o su torticera interpretación, no coartara o impidiera el debate serio a golpe de reloj para unos y no para otros.

Pero, a mi entender, la regulación de la moción de censura no responde realmente a lo que su nombre parece sugerir, por eso se la adjetiva como “constructiva” al estilo germánico. Creo que sería más correcto, aunque no lo fuera para esa excusa que llaman “gobernabilidad”, que se pudiera censurar al Presidente del Gobierno y si esa moción prosperara, se viera obligado a convocar elecciones de inmediato. El que preceptivamente quienes presenten una moción de censura, es decir reprueben lo que el gobierno haya estado haciendo, precisen presentar un candidato y un programa de gobierno alternativo, deja en manos de oscuros contubernios y secretos pactos entre partidos el resultado desviando la atención del asunto nuclear: censurar al Gobierno y no simplemente tratar de cambiar a unos por otros sin pasar por las urnas.

En otras palabras, los ciudadanos nada podríamos decidir en este proceso, aunque veamos cómo los partidos políticos tergiversan y retuercen los programas electorales con los que se presentaron a las elecciones y, al menos en teoría, fueron el contrato de representación que ofrecieron a los votantes. Una democracia así, creo que ha de ser adjetivada al menos como una partitocracia cada vez menos conectada con los problemas cotidianos de los ciudadanos y que atiende más a los intereses de los cargos públicos, casta la llamaron los antiguos podemitas, que a las necesidades reales de esa sociedad a la que los políticos dicen servir, perorando sin sonrojarse y con una buena dosis de sarcasmo tragicómico. A este cambio constitucional del artículo 113, moción de censura y convocatoria de elecciones si prosperara, sin la menor reserva, me sumaría entusiasmado.

Noticias más leídas del día