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LA VIRGEN DE CANDELARIA BAJÓ DEL CIELO A LA ARENA…

Y al pisar tierra canaria, se volvió toda morena.

Esta no es una diatriba contra la religión. Todo lo contrario: escribo con el mayor respeto hacia creencias y sentimientos del ser humano desde que, con el primer atisbo de inteligencia, empezamos a formularnos las preguntas que nos han acompañado para siempre.

Preguntas que hemos intentado responder mediante la razón, la intuición o con ayuda de esa inspiración o revelación sobrenatural que llamamos fé religiosa. Y, frecuentemente, entremezclando todos esos ingredientes.

La vida humana es grupal. Y, cuanto mayor y más complejo es el grupo y menos condicionado por la supervivencia en medio de una naturaleza hostil, los factores que permiten mantener la paz, la unidad y la continuidad del grupo pasan a tener la mayor importancia: el liderazgo, las tradiciones, la normatividad, la defensa frente a los peligros externos…y la existencia de creencias comunes.

Por eso ha sido una constante el estrecho ensamblaje entre quienes gobiernan y quienes custodian los mitos, ritos y creencias que identifican y cohesionan tribus, naciones e imperios.

La religión matriz del cristianismo, la judía, no reconocía papel relevante a ninguna deidad femenina. Seguramente porque, a medida que evolucionaba la Humanidad, sus creencias sobre el “más allá” iban paulatinamente reflejando la realidad social del “más acá”. Hasta el punto de concebir el Reino de los Cielos como una monarquía, cuando podría ser una república. Y el pueblo de Israel fue siempre profundamente patriarcal.

No existe, según los estudiosos, ninguna mención a María en las Cartas de Pablo, verdadero fundador del cristianismo; ni en los primeros evangelios, atribuídos a Marcos, escritos alrededor de 40 años después de la crucifixión de Jeshúa. Pero sí algunos datos

sobre la familia de Cristo: “Llegaron su madre y sus hermanos, y desde fuera lo mandaron a llamar” (Marcos 3.31).

Sin embargo, en casi todas las religiones antiguas --sobre cuyo legado creció y se expandió el cristianismo-- están presentes deidades femeninas, porque a través de ellas es muy fácil personificar el misterio de la vida, la fertilidad y la maternidad, así como muchas fuerzas y elementos de la naturaleza: tierra, agua, mares, lluvia fecundadora…Desde la Anahíta del viejo mazdeísmo, hasta Isis egipcia, Yemayá yoruba o Pacha Mama amerindia.

No tenía nada de extrañar que el cristianismo, de extraordinaria capacidad sincrética, fuera atribuyendo a Meriam, la madre de Jesús, un papel central en su propio panteón. Ni tampoco la consagración como dogmas de la concepción por obra y gracia del Espíritu Santo y de la virginidad de María antes y después del parto.

Son muy frecuentes también las creencias sobre nacimientos milagrosos en la religiosidad antigua: Dánae concibió a Perseo a través de una lluvia de oro de Zeus. Attis, Buda y diversos héroes y fundadores de religiones fueron igualmente hijos de acontecimientos mágicos.

Venerar a una divinidad femenina, como adorar las fuerzas de la Naturaleza para hacerlas más propicias, forman parte de las más remotas tradiciones de una especie que ha sido también definida como “homo religiosus” . Y por eso, hasta los menos propensos a la fé religiosa podemos comprender el culto a María. Y, en cierto modo, compartir su sustrato primordial.

Pero transcurridos varios siglos desde las Revoluciones que alumbraron la Edad Contemporánea, supusieron un indudable avance civilizatorio y proclamaron --precisamente por respeto al hecho religioso y a la libertad de creencias-- la separación Iglesia/Estado. Convertir a la Virgen de Candelaria en la presidenta de una institución del Estado, como el Cabildo de Tenerife, me parece un retorno a nacional catolicismo en versión insularista; una ruptura de uno de los consensos constitucionales básicos sobre los que ha sido posible establecer la convivencia en esta España nuestra de turbulento pasado. Hacerlo, además, en año preelectoral

es una radiografía de la desesperación de la actual camada de incompetentes de ATI. Y de su disposición a manipular e intentar apropiarse de todo. Hasta de los símbolos más entrañables de los canarios, creyentes o no.

Santiago Pérez

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