Noviembre avanza en su segunda quincena, con un dolor que no termina por la Dana que devastó casi ochenta pueblos de Valencia y se llevó, precipitadamente, tantas vidas aquel fatídico 29 de octubre, a las puertas del “mes de los Difuntos”. Gracias al trabajo abnegado del periodista Iker Jiménez, que nos acercó el problema, una multitud gigantesca de españoles se sintió movido a enviar ayuda.
Noviembre me lleva a recordar “Los Novísimo”, eso que nos espera a todos al final de nuestra vida terrena. De niña, memoricé: “muerte, juicio, infierno y gloria ten cristiano en tu memoria”, a lo que hay que añadir el Purgatorio. Algunos prefieren llamar, a este mes, el de los Santos, porque comienza con la Fiesta “Los Santos” y son incontables los que, tras un tiempo en el Purgatorio, gozan de la Divina Presencia en un mar de gozo inacabable.
La mayoría de los que se salvan, tienen algo que expiar, y la estancia depende de la gravedad del pecado, de la profundidad del arrepentimiento y de la intensidad de nuestro amor a Dios manifestado en nuestra misericordia con el prójimo (también tienen que ver las misas, oraciones... y limosnas de almas buenas por sus difuntos y ánimas benditas). Unos pocos se libran del Purgatorio, como es el caso de Pío XII, quien, al decir del Padre Pío de Pietrelcina a la Madre Pascalina Lehnert, al terminar su vida mortal, inmediatamente ascendió hasta la Virgen (Padre Charles Murr, “La Madrina”); suponemos lo mismo de Santa Teresita, “la mayor santa de los tiempos modernos”, y de la Madre Teresa de Calcuta, cuyo corazón ardía de inmensa caridad.