Hubo un tiempo, que en cada casa, a la entrada existía este ente y objeto para guardar los paraguas. Cada miembro de la familia tenía uno o dos. Porque era necesario e imprescindible.
Era un objeto, un mueble, una entidad que formaba parte de todos o casi todos los objetos familiares. Durante unos meses estaba sin hacer función y finalidad, solo quizás de adorno y estética. De ahí, como todo lo humano, se materializaban de diversas estéticas y con las diversas formas y materialidades, distinto valor numerario en dinero, o de intercambio económico. Incluso, era un objeto frecuente de regalo, cuándo no se sabía que ofrecer, y, ya se estaba cansado de las colonias…
Pero, supongo, que las nuevas generaciones, digamos ya los que respiran desde hace unas dos docenas de años. Las lluvias en nuestra península que tantos nombres ha tenido, pero siempre un mismo sueño, el unirse en un Estado-Nación, ahora, la evolución, es y unirse y formar parte de los Estados Unidos de Europa. Pero ahora, cantábamos, apenas llueve. Cada vez menos. Parece que la fortuna de las nubes con agua, se va alejando… Ya, el paraguas y el paragüero parecen más innecesarios.
Para unos pocos días que llueve, unas semanas a lo sumo, pues unas veces, ocurre este accidente y esta realidad, por la noche, con lo cual, la inmensa mayoría de la población está en sus rediles, casas y hogares, intentando descansar, para al día siguiente, levantarse frente al mundo. Si llueve de día, puede ser por la tarde, o por la mañana, quizás no hayas salido. Si tienes que levantar tus ojos en las paredes de las calles, puedes tomar algún medio de comunicación física, desde el autobús o el coche, y, por tanto, el paraguas es casi innecesario, casi un estorbo. Vas de la puerta de tu casa a la puerta del trabajo en tu vehículo. Ha cambiado la realidad del mundo…
El paraguas y el paragüero como esa tienda que te tapaba del aire del cielo y se movía por las aceras, aquellos tiempos, que podrías asistir en una plaza, a decenas o cientos de seres con paraguas, de todos los colores o de todas las formas, de todos los movimientos y maneras y estéticas. Y, además, el paraguas, permitía dejar que se viese más cuerpo y más estética del cuerpo que un abrigo. Esa función o esa realidad lo permitían… los contorneos de las carnes movidas por huesos y nervios en el interior, manifestaba, incluso en el invierno, ese juego del paraguas bamboleándose. En cambio si estás insertado en un abrigo de plumas, todo forma una unidad, sin distinguir caderas de torsos… Es el misterio del doble juego de la moda y de querer ocupar un espacio en el mundo de la sensibilidad y sensualidad y ser estimado y ser querido y ser deseado y ser amado.... –o, termine todo en “a”-.
Imagino, que en muchas casas y hogares y viviendas, el paragüero seguirá estando como realidad, más bien del pasado. Quizás, esperando que un día amanezca con lluvias. Quizás, como finalidad, para los nuevos descendientes, que se les adquiere un paraguas de niño o niña, de colores, y con algún muñeco dibujado de Disney o semejante. Es la introducción, en el mundo de los mayores, de las nuevas generaciones. Es como un enorme sistema y frente de decenas de realidades, cientos, que los niños y niñas van aprendiendo y aprehendiendo y percibiendo y sintiendo y conceptualizando, desde pequeños…
Pero también, llega un día, una mañana o una tarde, que te das cuenta, que ya no tienes que arrastrar tu paraguas para ir al trabajo, por si llueve a la tarde o a la noche o al amanecer, según el turno. Porque primero, ya tu ordenador móvil del tamaño de un paquete de tabaco, te indica que no va a llover o hay muy poca probabilidad. Segundo, porque has entrado en ese mar de los jubilados con júbilo o sin él. Y, ya puedes pisar con tus pies y tu cabeza, la calle y la acera, puedes hacerlo media hora antes o media hora después. Puedes esperar si truena o llueve o graniza o nieva, puedes esperar sesenta o cincuenta o cien minutos. O, hacerlo a la tarde, o al día siguiente…
Ya, un día, te das cuenta, que el paraguas, que has estado con él, durante años y lustros, no solo es que existe menos lágrimas de las nubes besando la tierra ocre o amarilla, sino es que tú, lo necesitas menos. No tienes que arrastrar ese peso, necesariamente, porque no sabías que iba a suceder en la tarde…
Supongo que en muchos nuevos hogares, sean de pareja de hecho o sean con papeles civiles o eclesiásticos, ya no tendrán un objeto o utensilio o entidad material que recogía los paraguas, de un día a otro, de un mes a otro. Era una realidad más, tan importante como el frigorífico o la lavadora o la despensa, si nos echamos más hacia atrás en el tiempo… (Otro día, o nunca, relataré las costumbres de cómo secar los paraguas cuándo venían más mojado que los peces del mar…).
Salgo de mi hogar, miro el paragüero, y, me pregunto, es ya más un objeto de adorno, que de necesidad, porque cada vez, el llanto y el lloro del azul y gris y negro cielo ante la tierra es más pequeño y más débil y más alejado y más predecible. Salgo y, me digo a mi mismo, el mundo va cambiando. Cambian decenas y cientos de factores, va transformándose el mundo, y, nosotros apenas somos conscientes de ello. Vamos cambiando nosotros con esos cambios del mundo. Y, apenas somos conscientes…