ÚLTIMA HORA

DE LO PÚBLICO Y LO PRIVADO

José Fco. Fernández Belda

Viviendo en San Borondón

 

Hace unos días en uno de sus cada vez más frecuentes farragosos e histriónicos mitines, María Jesús Montero sorprendió a los pocos propios que la oían en directo, no sé si la escuchaban, y a los muchos que lo hicimos en diferido, con una sorprendente afirmación lanzada con una impostada e irreflexiva indignación: “No podemos permitir que alguien se compre el título y la formación compitiendo con el hijo del trabajador que no puede comprarse un título y tiene que tener una beca para poder estudiar”. Como muy atinadamente escribe Javier Somalo, (periodista y director de esRadio), “según su argumentación, o lo que pueda llegar a traslucir de ella, el problema no parece ser que el rico compre el título sino que el pobre no pueda hacerlo”.

Ante las pocas pero insistentes preguntas que admitió Pilar Alegría, ministra del ramo y del ramillete, tuvo que salir en defensa de su colega con algo que sonara más razonable y menos disparatado. Salvando el inicio de su perorata, que obviamente es una zafia falsedad pues no fue el PP quien generó esta pedagógica polémica sino la faltona y lenguaraz Ministra de Hacienda. dijo: “Veo al Partido Popular, al señor Feijóo, a la señora Ayuso, queriendo generar esta confrontación. Esta confrontación es, clara y sencillamente, una mentira, porque esto no va de universidades públicas contra universidades privadas, esto va de universidades buenas contra universidades malas”. ¡La portavoz gubernamental acusa de mentir a otros cuando es ella la que está mintiendo sin rubor sobre algo que todo el mundo pudo escuchar y gritar a M. J. Montero!

Y como no hay dos falsedades sin una tercera, a este escándalo público y político se sumó el Dr. Sánchez, sin entrar muy a fondo en el asunto dada la titularidad privada de las universidades dónde él cursó sus estudios, tal vez como confesión catártica propia, tachando a las universidades privadas de ser “una fábrica de títulos sin garantías”. No se sabe muy bien a qué tipo de “garantías” se refiere el Presidente, porque una cosa es hacer agitpro y otra bien distinta argumentar con datos, citando a qué universidades privadas se refiere o si incluye a todas, es decir también a aquellas donde estudió, impartió docencia o le designaron doctor.

Tan furibundo como injustificado ataque a la universidad privada por parte de la PSOE, el ADN de sus socios del Frankenstein ya incorporaba este rechazo, parece ser del todo inoportuno salvo que sólo fuera una cortina de humo o pura tinta de calamar para distraer la atención creciente sobre los casos de corrupción que cercan al Gobierno, de momento y jurídicamente hablando, son sólo “presuntos” delitos. Pero además, generalizando la maniquea disyuntiva de lo público-privado en esta controversia universitaria, la discusión es extensible a otros varios ámbitos de la vida económica y social, como pueden ser la sanidad, el transporte colectivo o los medios de comunicación, asunto este que ha irrumpido con el popular y sarcástico nombre de “TelePedro”.

Hoy en día, políticamente hablando, es muy difícil encasillar a las personas de forma global como el ser de derechas o de izquierdas. En medio dicen que hay algo que no es ni “chicha ni limoná”, el centro centrado. Y en ambos extremos, la ultraderecha y la ultraizquierda. Son etiquetas convencionales que usan los políticos y tertulianos pero que es bastante ajena al sentir común de los ciudadanos, pues a mi entender somos más eclécticos, apoyamos lo que nos parece ético y sensato para el bien común, sea cual fuere la secta política que lo proponga. Creo más correcto encuadrar a los ciudadanos libres, valga la redundancia, en dos grandes áreas de pensamiento y acción política. Una es el pensamiento de izquierdas, que se centra en los colectivos y en regular y controlar exhaustivamente todos los ámbitos de la vida pública y privada (en el extremo izquierdo está el comunismo y en el otro el socialismo). La segunda área es el liberalismo, que cree y se centra en los individuos concretos (los colectivos no tienen derechos, las personas sí), la libre iniciativa, la propiedad privada, la menor intervención pública posible y la libertad de elegir, todos ellos como principios generales. Por supuesto, respetando como competencia irrenunciable, el eficaz control público gubernamental para evitar excesos o desviaciones indeseadas.

De modo muy esquemático, a mi entender, en la acción política general y particular deben primar la eficacia, la eficiencia, la subsidiariedad y la libertad de elección. Si la economía es una ciencia social que estudia la forma de administrar los recursos disponibles, (que son limitados), para satisfacer las necesidades humanas (que son ilimitadas), la sociedad representada por sus políticos debe plantear siempre la eficacia, es decir la capacidad de alcanzar un objetivo o resultado deseado, pero siempre buscando la eficiencia, que implica lograr ese objetivo de manera óptima, utilizando la menor cantidad de recursos públicos posibles. Y ambas cosas, eficacia y eficiencia, sin olvidar nunca el principio de subsidiariedad, que aunque sea originalmente un concepto jurídico, establece que las acciones concretas deben ser ejecutadas por el estado o por la iniciativa privada atendiendo a la mayor eficiencia que minimice los gastos y costes innecesarios o duplicados.

Es en este sentido que me parece un falso dilema plantear que la sanidad o el transporte deban ser ejecutados en exclusiva por funcionarios o empleados públicos. Por cierto, para Pablo Iglesias y el podemismo tampoco los medios de comunicación pueden ser privados sino en exclusiva públicos. No creo que nadie se oponga a que puedan existir, en libre y leal competencia, dejando siempre la libertad de elegir al ciudadano entre las ofertas que mejor satisfagan su demanda, por ejemplo hospitales de gestión pública o de gestión privada (aunque sean de titularidad pública), o redes de transporte público de gestión gubernamental o de gestión privada. Al ciudadano no le importa realmente quién le paga el sueldo al médico que le atiende o al conductor del autobús que lo transporta, guagua para nosotros los canarios, lo que busca y desea es que lo curen o lo lleven a dónde quiere ir. El resto es transitar por el “Camino de Servidumbre”, esa senda que con tanto detalle como acierto desarrolló Friedrich Hayek, Premio Nobel de Economía de 1974.

 

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