ÚLTIMA HORA

A GOLPES DE "TWITULAR"

José Fco. Fernández Belda

Viviendo en San Borondón


Una característica novedosa de nuestra civilización es que todo el mundo parece tener prisa. Corren de un sitio para otro sin que dé la impresión de saber a dónde van. Y con el pensamiento o el mundo de las ideas sucede lo mismo, la inmediatez creativa de la mensajería electrónica, el meme de Whatsapp o el máximo de 280 caracteres de Twitter, parecen ser el método moderno de razonar a bote pronto, con una imaginativa inmediatez pasmosa para hacer “twitulares” de los asuntos más serios... ¡o no!, diría Rajoy.

Tal vez por mi edad, la natural torpeza o la desconfianza que me merecen estas modernas autopistas de la información condensada en píldoras electrónicas, he de reconocer que me molesta mucho que los políticos se comuniquen con los ciudadanos a golpe de twit para tratar los asuntos que afectan a la ciudadanía en lugar de usar, prioritariamente, los medios de comunicación convencionales al alcance de todos que permiten a la posibilidad de oírlos sin necesidad de instalar esos programas que tanto gustan a los que gustan aparentar que hablan con mucha solvencia a todos, todas y todes.

Los mensajes electrónicos simplificados, que corren como galgos tras las liebres de la pereza intelectual, están consiguiendo que muchos jóvenes no intenten siquiera profundizar en los asuntos que desde la etérea “nube” les proponen. Las acusaciones de manipulación, guerra cibernética o desinformación están a la orden del día, posiblemente con toda la razón visto lo visto. También a surgido con fuerza el intento de los gobiernos para controlar los contenidos que circulan, al menos los que le perjudican, aún sabiendo o pretendiendo saber que muchos de ellos sólo son basura ideológica en píldoras y que son usados por profesionales de la mentira, la ambigüedad o la manipulación para sus fines ideológicos sectarios. Es la actualización tecnológica 3.0 de los principios de la propaganda política falsaria que usaron profusamente Lenin y Goebbels en sus respectivos panfletos y mitines.

Aunque sí soy usuario activo del Whatsapp, sobre todo para el amable intercambio de imágenes, pero sólo entre aquellos amigos que compartimos aficiones y afinidades, no tengo ni quiero tener Twitter, que es más impersonal y lejano. Aunque eso, como decía un amigo entrañable, no es óbice, cortapisa o valladar para que algunos me reenvíen ciertos mensajes, normalmente de contenido político, que puedan ser de relevancia o despierten interés mutuo, real o supuesto, por cierto. Y esos mensajes suelen contener ideas, conceptos o mensajes tan simplificados que sólo por el efecto repetitivo, al estilo de la gota malaya, pueden aspirar a ser asumidos sin la menor crítica. Son tan ambiguos, inexactos o al menos incompletos, que permiten a cada receptor interpretarlos a su manera y acorde con sus prejuicios. Pongamos algunos ejemplos de nuestra actualidad política en España.

La llamada izquierda, si es que a día de hoy esas clasificaciones de derecha o izquierda son o significan realmente algo bien definido, acusa a los demás de llamarles ilegítimos porque no han aceptado el resultado de las urnas. Y esa idea se repite una y otra vez sin descanso, sin matizar los significados de esas palabras. Y de nada parece servir la distinción entre ilegal e ilegítimo. Sin duda, el Gobierno Frankenstein es legítimo pues se formó con todos los requisitos que las leyes exigen tras haber hablado las urnas, y sobre eso no hay discusión. Cosa distinta es el hecho cierto de que el Dr. Sánchez incumplió al día siguiente importantes promesas electorales, como ejemplo notable la política de pactos. Es lógico y racional pensar que muchos de sus votantes se hayan sentido engañados, es decir que consideren ilegítimo el gobierno conformado con esos pactos que fueron vehementemente negados unos días antes.

Otros muchos casos debieran ser analizados con la misma tijera semántica. Siguiendo con ejemplos en el terreno parlamentario, es perfectamente posible rechazar una determinada formulación del articulado de una ley sin que eso signifique no compartir el concepto que en teoría al menos la inspira. No creo que exista nadie que quiera que se maltrate a las mujeres, pero puede perfectamente rechazarse las leyes, tal como están redactadas, del “sólo sí es sí” o de la violencia de género. Creo que todo el mundo está a favor de la eutanasia y en contra del encarnizamiento terapéutico, pero muchos rechazamos la legalización del suicidio asistido, que en realidad no es eutanasia en sentido estricto. Rechazar de plano la inmersión lingüística obligatoria no implica desear que desaparezcan las lenguas vernáculas o las hablas locales.

Contando con la benevolencia de los lectores, me permito cortar y pegar un párrafo de un artículo que me publicaron el 28-03-2021 con el nombre de “Retorciendo la semántica” en el que trataba de analizar la utilización política de términos haciendo que parezcan decir lo que en realidad no dicen para usar sectariamente la vieja palabra con un nuevo y casi único sesgado significado:

“... Para lograr estos fines, están utilizando de forma sistemática y constante lo que algunos llaman ingeniería del lenguaje para lograr su peculiar ingeniería social, pero que probablemente sea más exacto denominar “retorcimiento semántico” por ser algo más propio de las ciencias sociales que de la exactitud físico-matemática de las ingenierías. La semántica se refiere al estudio del significado, sentido o interpretación de signos lingüísticos como símbolos, palabras, expresiones o representaciones formales. Y se retuerce el primigenio significado de una palabra hasta darle totalmente la vuelta y que se entienda como otra cosa distinta, más acorde con la ideología de los manipuladores. Lo hacen sin pudor cuando las palabras originales tienen un significado menos aceptable socialmente. Por ejemplo, se dice interrupción del embarazo para no decir aborto; o eutanasia, para no decir suicidio asistido; o, en el terreno educativo, propugnar la igualdad de resultados, equidad la llaman erróneamente, para no hablar del esfuerzo y el mérito. Y la más utilizada, llamar fascista a todo el discrepante con los postulados impuestos por lo políticamente correcto y el pensamiento único. Tan es así, que cuando alguien discrepa, si se lo permite la cascada de insultos sin razonamientos, se ve obligado a justificarse. Para los insultadores, eso no es necesario”.  


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