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CRISIS DE GOBERNABILIDAD

Abdel-Wahed OUARZAZI

Profesor de economía, analista geoeconómico, área MENA

Varias encuestas señalan que los españoles están hartos de la crispación política y que las posiciones del PP y PSOE estén en las antípodas. Y que cada cual se cree merecedor de dirigir los designios del país de forma excluyente. Hasta cierto punto resulta legítimo. El problema surge cuando la crispación se convierte en modo de hacer política.

Con el “Váyase señor González”, allá por 1994, Aznar acosa y derriba un gobierno socialista en caída libre. Una crispación que se intensifica cuando Zapatero gana las elecciones en 2004 tras la farsa de la guerra de Irak y, sobre todo, tras los atentados del 11M. En consecuencia, el gobierno de Zapatero es calificado de ilegítimo por el PP de Rajoy durante dos largas legislaturas, habiendo conseguido acabar con ETA. Un logro que no solo es minimizado, sino que se acusa a Rubalcaba de colaborar con esta banda y de menospreciar a las asociaciones de víctimas de terrorismo.

Cuando la alternancia aúpa a Rajoy al poder, tras la crisis de 2008, la confrontación se centra ahora en el “Y tú más” a medida que las corruptelas van floreciendo. Mientras, PP y PSOE se culpan mutuamente; mostrándose incapaces de ponerse de acuerdo sobre cuestiones claves como son la reactivación de la economía que viene de un PIB negativo, saneamiento de un sistema financiero tocado gravemente, quiebras y despidos masivos, desahucios dolorosos y una pobreza sin precedentes.

El estallido del descontento social, encarnado en los “indignados” y el movimiento 15M, incendia las calles y plazas con multitudinarias protestas reclamando la regeneración democrática. Pero PP y PSOE minimizan el cabreo ciudadano y el poder de las redes. No se dan por aludidos y continúan en la senda de la quiebra política e institucional.

El advenimiento de Podemos (2014) y C’s, que da el salto desde Cataluña a Madrid, y más tarde Vox, producirá una sangría de votos al PP y PSOE poniendo fin al bipartidismo. Tótem revolutum, PNV, Junts, ERC y EH Bildu incluidos, aumentan la bronca con mensajes radicalistas cruzados. Todos contra todos. Y todo se politiza (Justicia, Pacto de Toledo, Sanidad, Educación, ETA, etc.). División que los independistas catalanes aprovechan para celebrar, en 2017, un referéndum para después anunciar la Declaración Unilateral de Independencia de Cataluña (DUI).

Cuando estalla, en una sentencia de 2018, la trama de financiación ilegal del PP, caso Gürtel, Sánchez llega al gobierno tras una moción de censura apoyada mayoritariamente por el Congreso de los Diputados. Una vez en la oposición, PP, Vox y el desaparecido C’s vuelven a la confrontación. La crispación sube de tono y esta vez con Casado, quien califica el gobierno de Sánchez de ilegítimo.

Está claro que la aparición de Podemos y Vox lo complica todo. En las últimas cinco elecciones generales, el escrutinio sólo arroja la polarización del voto, sin ninguna mayoría evidente. Los radicales, de izquierda y de derecha, se convierten en comodines necesarios para abrir gobiernos de coalición a nivel nacional, PSOE-UP, o a nivel de Ayuntamientos y Comunidades Autónomas, PP-VOX.

El primer gobierno de coalición de la reciente democracia española se da el 7 de enero de 2020 entre PSOE, que gana en votos, y UP. Pero, en la actualidad, existen más de 200 alcaldías en coalición del PP, habiendo perdido éste las elecciones, con Vox. Esto es, las Comunidades Autónomas de Andalucía (2018), la de Madrid, Murcia y Castilla y León (2019). O las más recientes de 23J, Extremadura o Aragón, aunque aquí gana el PP en votos como en las Baleares, Comunidad Valenciana o Murcia. En esta última las negociaciones con Vox continúan.

Dicho esto, cabe señalar que la destitución de Casado por Feijóo no rebaja la tensión política. Y la no renovación del Consejo General del Poder Judicial enfada a Sánchez y la comunicación institucional entre PP y PSOE queda interrumpida, generando más confrontación si cabe, llegando a tocar la línea de flotación de la convivencia democrática.

Es cierto que el “sanchismo”, que yo interpreto como esos cambios de opinión del presidente del gobierno, como es el caso de la ley del “si es si” o el giro de Sánchez sobre la cuestión del Sáhara Occidental marroquí, entre otras. Se dice, y con acierto, que las rectificaciones son sabias. De hecho, se frena a los violadores y se mejoran las relaciones hispano-marroquíes, aunque se reprocha su gestión con el principal partido de oposición, el PP. Lo que demuestra el alcance de la quiebra política existente entre ambos partidos de Estado.

La estrategia acertada de Sánchez al convocar las elecciones del 23J es situar al PP en el centro de sus propias contradicciones, obligando a Feijóo a negociar, en medio de la campaña electoral, Ayuntamientos y Comunidades Autónomas con Vox. Y así es. Gana el PP en votos, pero sin ninguna posibilidad de gobernar. Tampoco suma con Vox que pierde escaños al igual que Sumar. Y es rechazado por el PNV y por Junts.

Tras el “cara a cara”, el PP sube en las encuestas. Y, mientras España se dispone al cambio de ciclo, Feijóo se mete en varios charcos y centra el resto de campaña en los mismos temas de crispación de los que la ciudadanía está harta. Y sin proposiciones concretas propias de un ganador.

Por supuesto, el resultado del 23J abre ahora un inquietante período de inestabilidad. Parece que las elecciones sólo sirven para que Feijóo mida su soledad. Pero Sánchez tampoco lo tiene fácil. Debe lidiar con todo un abanico político de extrema complejidad.

Sumar, PNV, EH Bildu, BNG, UPN, CC, ERC o Junts, casi todos querrán estar en el gobierno. UP los primeros, ya que amenazan con romper la disciplina del voto. Los demás querrán que se acepten sus exigencias que no son otras que las de desarrollar al máximo los estatutos de sus respectivas Autonomías, condonación de deuda histórica, reforma de su financiación o de llevar a cabo la utopía de un referéndum. Lo cierto es que nada se puede acordar fuera de la Constitución Española de 1978.

La opinión unánime es que, incluso si se diese una coalición por la izquierda, la legislatura quedaría altamente comprometida por el devenir de las reivindicaciones y de la agenda gubernativa nacional e internacional.

Dado el nivel de confrontación, PP y PSOE se encuentran hoy en un punto sin retorno. E incapaces de presentar un gobierno de coalición entre ambos. Si así fuera, Vox desaparecería y Sumar volvería a ser un residuo marginal del PCE con apenas dos diputados. Por otro lado, coaliciones entre izquierda y derecha son habituales en las mejores democracias europeas. Alternativa que, por supuesto, Sánchez no contempla, aunque Feijóo lo está deseando.

La verdadera razón de cuanto sucede está en unos políticos que ansían el poder por encima de todo. Al tiempo, cada cual se hace la ilusión de no sentirse cómplice de la inestabilidad política reinante.

En vistas a una probable repetición de las elecciones ante una investidura fallida, aunque Sánchez haya conseguido la presidencia del Congreso, cada cual está creando su propio relato. Relato que sería a su vez el eslogan de la próxima campaña de uno o de otro partido. A sabiendas de que el partido que rompa la gobernabilidad acabaría fulminado por unos electores hartos de una crispación política ya endémica.

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