José Fco. Fernández Belda
Viviendo en San Borondón

Albert Camus dijo que el siglo XX era el del miedo. No le faltaba razón tras haber contemplado una revolución comunista, con más de 100 millones de muertos, guerras civiles en España y Yugoslavia, dos pavorosas guerras mundiales que asolaron Europa, Oriente Medio y gran parte del Asia oriental.
José Luis Garci reflexionaba en la tertulia “Catedráticos 3.0”, emitida en esRadio (1), que el primer quinto del siglo XXI, es el tiempo del estupor, que según el DRAE es “asombro o sorpresa exagerada que impide a una persona hablar o reaccionar”. Como ejemplo se asombra, pasma diría yo, de que el Congreso legalice que si un señor se mete en la casa de otro, sin violencia (a saber qué significa eso en este contexto), se puede quedar en ella por mucho tiempo, salvo que el propietario tenga la suerte de tener su casa protegida por la Guardia Civil, como la tiene en Galapagar uno de los que promueven este disparate. “¿Qué pasa en nuestra sociedad para que un ciudadano normal, honrado y al corriente de sus impuestos, de repente se encuentra con que le okupan su vivienda y la policía, en lugar de protegerlo a él, protege al delincuente?”, apostilla certeramente Gabriel Albiac.
Se puede proseguir con el estupor que nos produce a muchos haber asumido como cosas normales que sean la mentira continua lo que se anuncia desde el Gobierno, que no se sepan contar los muertos por el Covid, que a un alumno en un colegio le pongan una mala nota porque ha hablado en español, etc. Y el estupor ciudadano que va en aumento, no está sólo en el mundo de la política, aparece presente en casi todos los ámbitos de la vida. Por ejemplo, continúa reflexionando Garci, le parece un poco raro que todos los premios literarios y de cine se den ahora a mujeres, como lo han sido en el Premio Nacional de Literatura, el Planeta y el Nadal, el Premio Nacional de Cinematografía, el Premio Princesa de Asturias o el Nobel. Ni lo de antes estaba bien, aclara poniéndose la venda antes de que le lancen las pedradas de los insultos y descalificaciones, pero lo de ahora me produce una sensación rara, de estupor atenazante. Garci vaticina que muy probablemente será así también en los Oscar y en los Goya.
Pero volviendo a la política, también llena de estupor que todos los partido, el Gobierno de España y la Generalidad, con el aplauso o la “comprensión” poco o nada disimulada de los medios de comunicación, permitan que se agreda y se le quiera impedir hablar, en plena campaña electoral, a un partido perfectamente democrático, como es VOX. Mientras tanto se tolera y se aplauden los mitines de Otegui y Junqueras, un terrorista y un político golpista al que se le deja salir de prisión para mejor “ilustrar” a los catalanes sobre el tipo de democracia en que se ha transformado la española. “Hoy día, gritar ¡Viva España!, se hay transformado en un grito subversivo para el gobierno social-podemita”, remata con acierto en filósofo Agapito Maestre, represariado universitario por la progresía que llena y domina con mano férrea los claustros. Y no sólo son ejemplos de ello, Monedero, Errejón o Pablo Iglesias, que dictaban quien puede y quien no puede hablar en las universidades.
Los términos derecha o izquierda, ¿qué significan hoy? Dejando a un lado el ruido mediático que generan los cabecillas, que no líderes, de uno y otro bando, pues como bandos irreductibles y enemigos se ven ambos dos, tal vez la única diferencia fundamental es que la llamada derecha reivindica al individuo como sujeto de derechos y obligaciones, así como la creencia en que la democracia tiene su fundamento en un Estado Social de Derecho, en el que la Ley es la que puede y debe regular la vida ciudadana y las relaciones entre las personas y el gobierno.
Para la izquierda, el individuo no es nada por sí mismo, lo importante son los “colectivos” y la única ley “democrática” es la voluntad del gobierno, a la que tienen que plegarse los otros del poderes del Estado. El judicial, manchando sus togas con el polvo del canino. El legislativo, que actualmente con la liberticida paralización del Parlamento por el estado de alarma, sólo sirve para que el Frankenstein convalide los deseos gubernamentales sin mayor debate.
También produce estupor que la libertad de expresión, pensamiento y opinión política esté en entredicho y se camine hacia el pensamiento único, dictado por unos gurús de lo políticamente correcto para que sus medios afines lo aplaudan fervientemente en sus tertulias, redes sociales y periódicos. Esto es una evidencia y un peligro mundial que no oculta ya ni el foro de Davos. Mientras se inclinaban obedientes y serviles ante el dictador chino, Xi Jinping, los mandatarios asistentes bendecían laicamente, ignoro si el Papa Francisco hacía lo propio santamente desde el Vaticano, que Twitter se permita cerrar la cuenta de Donald Trump, cuando aún era Presidente de los EEUU, para impedirle expresar su libre opinión mientras sonríen comprensivos ante los excesos y sinsentidos twitteros de personajes como Maduro y otros de similar pelaje político.
El grupo de empresas que se han dado en llamar Big-Tech, ha mutado de ser simples plataformas gigantescas de mensajería, a transformarse en editores y censores de contenidos, al margen de ningún control judicial. El proyecto en España de crear el Ministerio de la Verdad y que sean los verificadores de bulos no gubernamentales, sólo Newtral y Maldita, junto con la nefasta ley de Memoria Histórica, señalan inexorable la meta a la que nos quieren abocar, inexorablemente si no se reacciona más pronto que tarde. Ni Lenin soñó con esto, aunque Orwell y Aldous Huxley ya lo intuyeron en sus conocidas novelas.