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LA DESOBEDIENCIA DEBIDA

El Holocausto ha dejado muchas enseñanzas, y entre ellas, la llamada "obediencia debida".

Stanley Milgram (1933-1984), psicólogo norteamericano de origen judío, quiso dar una explicación o quizás una demostración de cómo es posible que se cumpliera la orden de gasear a miles de personas sin que el grueso de los sujetos que debían obedecer no pusieron una objeción a tamaño disparate de lesa humanidad.

El fin de la prueba era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando estas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal.

Las Policías todas, y la Guardia Civil, lo que se llaman Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FFCCSE) están obligados a cumplir las órdenes que emanan de la "superioridad",- término que en esta situación pandémica me resulta provocadora -.

Los políticos al mando de esta situación de pandemia, ordenan a las FFCCSE ,de manera discriminada, que actúen con la eficacia y contundencia que les caracterizan, en unas manifestaciones, y en otras que silben aquello de "yo pasaba por allí".

Y así hemos podido ver manifestaciones de proetarras autorizadas y otras de manifestantes enfadados con la gestión del gobierno de los "batatas" (apoyados por los bata ta Euskadi).

Estoy seguro, al menos en un porcentaje aproximado de un veinte, que hay miembros de las FFCCSE, que se niegan a obedecer ante órdenes tales como blindar el chalet de quién denostó y despreció a esas mismas fuerzas de la Guardia Civil o de actuar contra manifestantes contrarios a la acción del gobierno actual. Al menos manifiestan la repugnancia de obedecer.

Milgram quiso evidenciar mediante un experimento de Psicología Social la llamada "obediencia debida".

Reunió a un grupo de voluntarios al que se le informó acerca del experimento en el que participarían y que se les dijo que era para demostrar que el aprendizaje estaba relacionado con la fuerza (aquello de que la “letra con sangre entra”).

Básicamente, del grupo se seleccionaron un personaje que sería el "maestro" y otro que actuaría como el "alumno". Y el propio experimentador que explicaría a ambos en que consistía el experimento. Un cuarto elemento es el “actor”.

El alumno debía aprender una serie de items sobre los que preguntaría el Maestro. Por cada respuesta fallida se le administraba un voltaje que sería creciente hasta alcanzar los 400 voltios.

Administrando pequeñas descargas por cada fallo, el Maestro podía escuchar los gritos desgarradores de dolor y cualquier intento de resistirse a cumplir la orden de dar la descarga chocaba con la severidad del experimentador que le recordaba el pacto inicial.

Naturalmente, los gritos de dolor eran una simulación a cargo de un "actor".

Aproximadamente un veinte por ciento de los "maestros" se negó a continuar con el experimento o interponía severas dudas acerca del daño que podían estar causando al "alumno" e incluso la muerte.

Pero el pacto con el experimentador les obligaba a continuar. De este modo, cuando el "maestro" abandonaba el experimento se le explicaba que no había tal daño, que aquellos gritos de dolor procedían de un actor que no solo gritaba sino que además se quejaba del daño que le producían.

La reiteración del experimento por otros autores llegaban a la misma conclusión en cuanto a porcentajes de "obediencia debida" y de alumnos que se retiraban del experimento alegando razones morales y éticas para incumplir el pacto inicial.

La "autoridad" que se nos enseña desde niños y la obediencia a la misma tiene unas variables tales como la "bata del médico", la "toga de los abogados", el "uniforme de la policía, del ejército..." que infunden esa "autoritas" a la que hay que obedecer.

Es la obediencia debida, la obediencia a la autoridad que, en un muy alto porcentaje se cumple a pesar de que las órdenes sean manifiestamente injustas o causen agresiones contra la moral y/o ética.

Sigue existiendo ese porcentaje menor que se niega a obedecer por ser contrario a la ética y a la moral.

De esta manera, en este artículo breve y posiblemente falto del rigor absoluto de una demostración experimental, sacrificado en aras de una explicación plausible, pudo el Sr. Milgram demostrar la muerte de millones de personas en cumplimiento de la llamada "Obediencia Debida".

Asi pues, entre el que dicta las órdenes y quienes tienen que obedecer hay una escala de valores en los que prevalecen la ética y la moral, subyugada al poder o en primera línea para enfrentarse al dictador.

No nos extrañemos de la Desobediencia Debida, en breve.

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