José Fco. Fernández Belda
Viviendo en San Borondón

Muchos de los que ya tenemos unos buenos años, aprendimos a leer en voz alta y a hacer resúmenes de lo leído, en el libro Don Quijote de la Mancha, adecuadamente adaptado al castellano moderno. En ese libro universal aparecía la ínsula Barataria, un lugar imaginario del que Sancho Panza fue nombrado gobernador. Y son esos hilarantes capítulos los que me vienen a la mente cuando oigo hablar del Estado Palestino, aunque ahora con tintes de tragedia y de mentiras judeofóbicas disfrazadas de antisemitismo, que viene a ser lo mismo en la práctica pero algo más ligero de tragarse que las ruedas de molino.
Tratar de saber si realmente existe algo real que pueda llamarse Estado de Palestina, es tarea compleja. Los textos están llenos de párrafos de difícil comprensión y llenos de sutilezas y matices para decir una cosa y la contraria, eso sí, con retorcimientos del lenguaje y la semántica propios de fulleros. Y en las declaraciones de los políticos españoles, la cosa se vuelve aún mucho más esotérica, cuando no directamente incongruente. Por ejemplo Ernest Urtasun, el portavoz de Sumar, dice que pedirán como condición para reeditar el gobierno de coalición el reconocimiento del Estado Palestino de forma unilateral e incondicional, sin esperar a la UE. Es decir, que reconocen que para España no existe tal Estado, por más que se le transfieran jugosas donaciones a no se sabe qué o quién.
Ahora que el asunto de los ataques terroristas de Hamás desde Gaza está en la prensa mundial, aparece como mucho más difuso y confuso hablar de los “Territorios Palestinos”, gobernados todos ellos por la “Autoridad Palestina”, con sede (o capital) en Ramallah desde los Acuerdos de Oslo. Pero la cruda realidad es que eso no es así, pues el territorio no funciona como un país o estado convencional, ya que en Judea y Samaria gobierna Al Fatah (OLP, Organización para la Liberación de Palestina) y en Gaza Hamás, ambas organizaciones mortalmente irreconciliables entre sí. Casi no hay relaciones entre ambos, salvo para coordinar ciertas actividades terroristas y repartirse el dinero que les llega de los donantes. Los partidarios de la OLP, seguidores de Mahmud Abbás, fueron echados a tiros de Gaza tras las elecciones de 2006, y militantes fanáticos de ambas organizaciones terroristas siguen matándose entre sí en Judea y Samaria. Conviene además tener en cuenta para detectar la calidad democrática, que desde ese año no se han vuelto a convocar elecciones. Quien va a Sevilla, pierde su silla.
Pero, volviendo a la metáfora de la ínsula Barataria, cortando y pegando datos tomados de aquí y de allá, será muy ilustrativo ahora recordar algunos datos. El 28 de octubre de 1974, la cumbre de la Liga Árabe celebrada en Rabat designó a la OLP como el “único representante legítimo del pueblo palestino, y reiteró su derecho a establecer un Estado independiente de urgencia”. Como la cosa no gustó a todos y hubo muchos enfrentamientos fratricidas, en diciembre de 1987, nació oficialmente Hamás. Y es así cómo se llegó a la Declaración de independencia de Palestina, proclamada por Yasser Arafat, líder de la OLP el 15 de noviembre de 1988 en Argel, asumiendo al mismo tiempo el cargo de “Presidente de Palestina”. Y de aquellas diferencias, vienen los asesinatos en ambos bandos al día de hoy. Por cierto, a ese baile se ha sumado también Hezbolá desde el Líbano, teledirigido como Hamás por Irán.
Hay otra cuestión, a mi entender importante que no se suele explicar claramente. Cuando en 1947 la ONU aprobó la creación de dos estados independientes, Israel y Palestina, se produjo una gran paradoja. Los árabes que vivían allí, esos que más tarde serían renombrados como palestinos, no les pareció mal la creación de un estado, pero no que hubiera dos y menos aún que el otro fuera judío. No era un conflicto territorial sino otro ideológico. Tampoco totalmente religioso, pues allí desde hacía siglos habían convivido sin mayores problemas el islam, el cristianismo y el judaísmo hasta entonces.
Pero la citada Declaración de independencia de Arafat se refería a la región de Palestina tal como la definía el Mandato Británico de Palestina, incluyendo la totalidad de Israel, así como Cisjordania y la Franja de Gaza. Arafat hacía una referencia torticera al Plan de la ONU para la partición de Palestina de 1947 (que sirvió como base para la declaración de independencia de Israel en 1948) y las resoluciones de la ONU desde 1947, en general. Invocaba el plan de partición pero sólo como declaración de legitimidad para la existencia de un único estado palestino, lo que obviamente no era ni la letra ni el espíritu de la resolución de la ONU.
Para terminar y para aclarar lo que exige Sumar al Dr. Sánchez si quiere gobernar, no se sabe si lo hace como algo programático o como mera retórica demagógica, es que el Gobierno reconozca al Estado de Palestina. Hay mucha gente que tras oír al portavoz “sumarista” Ernest Urtasun, ha quedado confundido pues recordaban vagamente que el Parlamento ya había aprobado ese reconocimiento en el año 2014. Pero es que en el caso español, no así en otros países de nuestro entorno, la política exterior y la cooperación internacional, por tanto el reconocimiento de un estado, es una atribución exclusiva del Gobierno, como dicta el artículo 97 de la Constitución y no del parlamento.