ÚLTIMA HORA

PRISIONEROS DE FRANCO

El tremor del latido epigástrico se me hace más evidente cada vez que mencionan la llamada Memoria Histórica,- que, a tenor de los que se está viviendo, bien pudiera ser “histérica”-.

         La virtud esencial de la memoria dicen que es el recuerdo,  y uno, desde su modesta trayectoria profesional como médico neurólogo, entiende que la mejor y mayor de su virtud es el olvido.

         Nadie puede almacenar recuerdos de manera ilimitada si antes no va borrando aquellos que, por su relevancia pobre y escasamente apoyada en emociones positivas, van quedando en blanco.

         Nuestra capacidad de memoria es ciertamente muy elevada y engramar los recuerdos, -plastificarlos, en lenguaje científico-, está en función del interés del asunto, de la capacidad de evocar sentimientos, y emociones apoyadas, en ocasiones, en cosas aparentemente banales tal que un perfume.

 

         Mucho se habla, en beneficio de no sé qué argumentarios políticos de la exhumación de los restos de Francisco Franco, - al que llamaron “anterior Jefe del Estado” durante años-,  y el traslado de los mismos a otra sepultura.

         El matiz político que tiene este asunto me la trae al fresco, dicho de otra manera, me importa tres bombones.

         Nací después de la guerra fratricida, viví en la época de Franco, me licencié en Medicina y Cirugía en la época del que ahora se complacen triturando sus restos y adquirí mi titulación como Neurólogo en la del Rey Juan Carlos I, entonces llamado “El Breve”.     

         Viví la Transición Política con pasión y aplaudí a reventar con la Constitución que nos aglutina a todos los españoles, hecha ya toda una cuarentona.

         Más de una vez sentí gran inquietud  con los movimientos universitarios, las huelgas encubiertas y aquellas sentadas en parques públicos,  y en alguna que otra ocasión,  alguien me pidió que “le acompañara”. Nada importante de lo que presumir o contarle a mis nietos.

        

         Fui apátrida palestino habiendo nacido en España hasta que tuve que jurar los Principios Fundamentales del Movimiento ante el Juez en la calle Bravo Murillo y pasar a ser ciudadano español. No me quejo del tiempo pasado. Fue el que fue. “Il-li maat, faat” (El que murió, pasó. Proverbio palestino)

 

         Me atemoriza y me elicita un incontenible deseo de llamarles “machangos”, politica y respetuosamente  hablando,  cuando veo, escucho o leo a los mensajeros modernos de la revolución, -nacidos a la par que mis hijos-, comentar acerca de la reconciliación de los españoles, evocada en un spot televisivo que se antoja perfecto en el mensaje que quiere transmitir,  con manifiesto desdén, soberbia y enconado rencor de esta guisa:  “Esto es una jodida vergüenza. Poned a un viejo nazi y a un viejo judío sobreviviente de un campo de concentración para celebrar la Constitución alemana de 1949. Una jodida vergüenza. “ (Tuit del Sr. Monedero, de real nombre don Juan Carlos). De idéntica manera se ha manifestado el Sr. Iglesias, nieto de don Pablo.

         No sé de dónde han mamado los valores pero mucho me temo que el ansia de justicia que preconizan no es otra cosa que una, a veces oculta,  sed de venganza. Nótese que al fin y al cabo, la Justicia debe ser proporcional al daño causado, es decir, Ojo por Ojo y Diente por Diente. Ahora vamos de finos por el  mundo y evitamos llamar a estos asuntos por su nombre.

         La grandeza no está en los apellidos de ministros ni de personajes de blasón y alta alcurnia, yace amablemente en la tumba de la misericordia, en el perdón que tanta grandeza tiene como grande es el amor que lo invoca. En palabras del carpintero de Nazaret: “ Quién mucho ama, mucho perdona”.

 

         Anthony de Mello, jesuíta fallecido, del que me confieso apasionado lector, aúna en sus tantos libros, el sincretismo del Cristianismo con otras religiones y en uno de ellos, concretamente en “La Oración de la Rana”, versando sobre la naturaleza humana nos trae a colación el reeencuentro de dos judíos que habían compartido el campo de concentración en la época nazi.

 

-Has olvidado ya a los nazis?

 

Si

 

-Pues yo no. Aún sigo odiándolos con toda mi alma

 

Entonces, le dijo apaciblemente su amigo, “aún siguen teniéndote prisionero”

 

Nuestros enemigos no son los que nos odian, sino aquellos a quienes nosotros odiamos. (A. de Mello, La Oración de la Rana, tomo II, pag., 133).

 

 

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