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LA HISTORIA REAL Y LA HISTORIA POLÍTICA

José Fco. Fernández Belda

Viviendo en San Borondón

Cada día que pasa es más evidente comprobar cómo la vida real, la vivida por la inmensa mayoría de la gente, se parece menos a la vida que los políticos quieren que creamos que vivimos. Y eso es particularmente chocante para las personas que ya tenemos muchos años a nuestras espaldas cuando oímos a un joven, a veces hasta con título universitario, contarnos cómo se vivía en España en los años 50 y siguientes, periodo histórico en el que más del 75% de los españoles no habían nacido aún.

Los efectos desinformadores y liberticidas de la Ley de Memoria Histórica, mal apostillada Democrática están logrando que se consolide un relato, como llaman eufemísticamente a lo que muchas veces sólo es un cuento imaginado, muy distinto a lo que un 25% recordamos y vivimos con poca o ninguna conciencia política y social. Se vivía muy mayoritariamente en la paradoja de un franquismo sin Franco. Y esas cosas están llegando a la Wikipedia, fuente de información y conocimiento casi única para mucha gente que son nativos digitales o que hemos aprendido por necesidad a usar las redes sociales y similares.

Convendría recordar en primer lugar, sobre todo para establecer el contexto histórico, que en aquellos años la sociedad no estaba politizada como hoy. Sólo una insignificante minoría, vertebrada en torno al Partido Comunista de España, vivía la política y trataba de influir en los ciudadanos mayormente a través de las asociaciones de vecinos y organizaciones de cristianos de base, con las dificultades que entrañaba hacerlo desde la clandestinidad. Tenían su mérito, pero como se pudo comprobar tras la transición y los primeros comicios generales democráticos, con escaso éxito electoral. Su “relato” chocaba de bruces con la realidad social y por eso no les votaron, aunque fueran muy valorados en las encuestas y alguna prensa.

Oía hace unos días relatar la historia de la izquierda canaria y su complicada y errática convivencia con un nacionalismo siempre pendiente y, tal vez, voluntariamente indefinido alternando entre un nacionalismo funcional, ese que pregona como gran éxito el dinero y los privilegios que le hemos “arrancado” al Gobierno de Madrid, y el nacionalismo sentimental basado en una etérea identidad canaria como hecho diferenciador del resto de los españoles. Pero lo que más me llamó la atención fue oír cómo tras la II República parece que la historia se detiene para reiniciarse en 1982 con la llegada de Felipe González. Puede que así fuera la historia del socialismo, pero no la historia de aquellos años para casi todos los españoles.

Dejando de momento la política para los políticos profesionales y para los que creen que fuera de ella no existe vida, los que estamos en el grupo de edad que ocupamos el 25% de los mayores de 65 años podemos recordar, centrándonos en Canarias en general y en Gran Canaria en particular, que fue a partir de los años 50 cuando se inició un despegue económico popular, ajeno a los intereses de los militantes políticos en la clandestinidad, con la llegada masiva de turistas y la necesidad de cubrir sus necesidades alojativas, de ocio y de servicios. Inicialmente el reclamo era sol y playa, cosa que por fortuna aún perdura aunque se haya complementado con una variada oferta comercial y cultural. Los exitosos Planes de Desarrollo iniciados en 1964 consolidaron este avance económico y social espectacular.

Conviene recordar y agradecer a nuestros mayores, cómo muchos abandonaron el ruinoso y desagradecido sacho y se pasaron a una muy lucrativa actividad basada en la construcción y los servicios. Ofende y es una profunda falta de agradecimiento oír decir a algunos comentaristas que nuestros padres y abuelos dejaron la aparcería, les pusieron un uniforme con corbata de pajarita y los transformaron en camareros o cocineros. Y lo dicen mientras disfrutan del dinero ganado por aquellos que con esfuerzo, sacrificio y unas inmensas ganas de prosperar mejoraron la vida y el futuro de los suyos.

En aquellos años, la construcción de alojamientos turísticos estaba disparada porque la demanda superaba con creces a la oferta. Por ello todo el que pudo se compró apartamentos en aquellos incipientes complejos turísticos, que tenían garantizada la ocupación en cuanto el constructor entregara las llaves. No hacía falta tener dinero para invertirlo, bastaba con lograr que el banco financiara la operación con la garantía de la propiedad y de los futuros alquileres turísticos garantizados por los turoperadores. Había nacido un imparable capitalismo popular y así muchos proletarios Pepitos pasaron a ser los adinerados Don José.

Y cosas similares sucedieron en el resto de España, creándose una clase media importante que pudo dar estudios, antaño auténtico ascensor social para los pobres, y un futuro prometedor a sus hijos y a sus nietos. No fueron los partidos políticos los que propiciaron este desarrollo, fue la sociedad civil la que aprovechó una oportunidad histórica que se le presentó y que, sobre todo, supo aprovechar. Como dice el refrán, la oportunidad la pintan calva, pero se coge por los pelos. 

    

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