ÚLTIMA HORA

LOS CANARIOS DE LA LUISIANA: LA TRAVESÍA DE NUESTROS ANTEPASADOS, AÑO DE 1778.

No fue fácil para nuestros antepasados cruzar el charco, desde nuestras islas Canarias hasta Nueva Orleans. Los reclutas y sus familias, desde el momento que subieron a bordo de los navíos tuvieron que acatar el reglamento militar, con estrictas normas que controlaban las 24 horas de la navegación de cada día.

Junto con los oficiales al mando de la tropa y sus familiares, tenían que obedecer al capitán y  oficiales del barco:
“Todos los reclutas y sus familias guardaran buena armonía con la tripulación del barco y respecto al capitán de él y oficiales de mar; y unos y otros tendrán gustosa correspondencia en todo. Si alguno faltare en algo lo castigara el jefe principal según su delito y si fuese hombre de mar, el que delinquiera, lo asignará al capitán de la embarcación para que lo mortifique conforme merezca.”

Junto con la obediencia al rey de España, Carlos III, como súbditos de él, tenían que respetar en todo momento la cadena demando, que intervenía en todo, incluso en la privacidad de los matrimonios, que tenían prohibido todo acto “impuro” durante la travesía, según el modelo de la moral católica, apostólica y romana del Antiguo Régimen:
“Cada 12 horas se nombrará una guardia de 10 reclutas y esta proveerá las centinelas que parezcan convenientes al teniente citado y les dará la orden para que  en la embarcación no se haga cosas indecentes ni escandalosas, aún entre matrimonios.”

Para mantener un clima moral adecuado a bordo, como medida preventiva, en evitación de que la tentación descontrolase todo, las mujeres y niños estaban separados de los reclutas y el resto de los varones adultos:
“Han de ir con separación los hombres de las mujeres y todos los días por la mañana se han de hacer salir las mujeres y niños sobre cubierta, sacar sus camas limpiar sus alojamientos, así por que el aire les quita parte del mareo como para que le respiren más puro. Se ha de poner una manguera de día y de noche con que metan el aire en el alojamiento de los reclutas de día para que los refresque y purifique, disipándolos alitos de las gentes de noche; y en esta para que no se asen con el calor de unos y otros; pero es necesario que se ponga con arte a fin de que el aire de noche no enferme a los inmediatos. La expresada manguera se quitará a la media noche o madrugada cuando avisen de no necesitar más fresco.”

Las normas era también estrictas con los miembros de la tripulación, que deberían respetar a las mujeres, casadas y solteras, en evitación de conflictos por los celos con sus maridos. Resulta simpática la observación que hacen de los marineros, a los que consideran que se la saben toda para conseguir lo que quieren, llamándolos “ratones de navío”:
“Cuidarán con vigilancia de que la gente de mar no se tomen libertades escandalosas con las mujeres y familias de los reclutas para que como son ratones de navío suelen hacer sus travesuras con mucho disimulo. Tampoco permitirán se inclinen a cuidar de unas mujeres más que de otras por que esto a más de causar celos, y escándalos, acarrea descredito y rencillas, produciendo también que aquellas a quienes hartan de comida suele hacerles mal y enfermar.”

Todo estaba previamente organizado, desde las normas de conducta hasta la organización para evitar dicho males. La limpieza de las bodegas donde dormían por separados los reclutas de sus familiares, eran revisadas todos los días:
“Por la mañana después de comer y cenar y a lo menos dos veces en la noche visitarán uno  u otro de dichos oficiales todos los alojamientos de los reclutas y rincones de la embarcación y cuidarán de evitar toda especie de excesos: que este bien aseado el alojamiento de los reclutas, a cuyo fin nombraran todos los días un barrendero para cada 20 hombres que cuiden de limpiarlo a menudo y a lo menos dos veces en la semana se rociará con vinagre para preservarlos de males contagiosos.”

Los niños y niñas tenían que estar controlados por sus madres, especialmente en momentos de gran actividad náutica, respetando el orden y no gritando:
“Dichas mujeres e hijos de los reclutas tendrán entre si buen trato y reciproca satisfacción y por ningún motivo harán alborotos ni permitirán los hagan los niños especialmente cuando se practicasen faenas a bordo.”

De igual forma, las comidas estaban organizadas en dos ranchos al día, uno por la mañana y otro por la tarde, con ración de pan y agua, bizcocho para los niños y niñas, caldo para los más débiles y enfermos
“El referido teniente de acuerdo con el capitán de la embarcación dispondrá las horas en que debe comer la gente arreglándoles en rancho de diez  en diez , para que lo ejecuten a fin que coman con sosiego y satisfacción unos después de otros , si no pudieran hacerlo a un tiempo y diariamente se nombrará un cabo en cada rancho para que cuide de él y recoger el pan y agua y su distribución sujetándose en todo a la disposición de su jefa.”

El incumplimiento de las normas conllevaba un castigo a bordo: “Todos los reclutas y sus familias guardaran buena armonía con la tripulación del barco y respecto al capitán de él y oficiales de mar; y unos y otros tendrán gustosa correspondencia en todo. Si alguno faltare en algo lo castigara el jefe principal según su delito y si fuese hombre de mar, el que delinquiera, lo asignará al capitán de la embarcación para que lo mortifique conforme merezca.”

Junto al capellán, para curar las enfermedades del alma, para solventar las heridas del cuerpo existía un botiquín y el caldito antes mencionado:
“Cualesquiera que enfermare durante la navegación lo atenderán todos con caridad reciproca y muy particularmente el jefe superior, cuidando que su curación se haga del modo que sea más arreglada al acierto. Tiene muy malas resultas cualquiera otra conducta en la mar; en tales cosas y por esta razón conviene conservar la salud a bordo valiéndose por consecuencia de cuantos arbitrios sean posibles y a esta debe contribuir el capitán de la embarcación.”

En memoria de nuestros antepasados, hijos de la Revolución Americana.

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