ÚLTIMA HORA

EL CÁLCULO DEL IPC Y LA CESTA DE LA COMPRA

José Fco. Fernández Belda

Viviendo en San Borondón

Hay gente que sigue repitiendo aquello de que hay verdades, mentiras y estadísticas. Y visto superficialmente, no dejan de tener algo de razón. En que hay verdades y mentiras, no caben dudas, aunque los más cándidos se hayan inventado lo de las verdades a medias o las mentiras piadosamente laicas, como aquella que nos soltó Don Simón, el de sanidad y no el muy honorable que da nombre a los vinos, de que las mascarillas no servían para nada, porque no había para todos.

Y una media verdad, realmente un dato estadístico, es el Índice de Precios de Consumo, el celebérrimo IPC que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE). Todo el mundo habla de él, aunque la mayoría de la gente no sabe muy bien qué es, aunque padezca sus efectos. Es más, todos los que cobran una nómina o una pensión claman porque sus ingresos se actualicen con arreglo a ese parámetro. Que se indexe al IPC, exigen en sus foros y manifestaciones, a la vez que se oponen el Gobierno, que ha de pagar ese incremento con cargo a impuestos o a déficit, y los empresarios, que por razones obvias de elemental prudencia económica no desean crear espirales inflacionistas.

En estos tiempos de sobresalto continuo a la hora de pagar nuestras compras o temiendo que nos lleguen muy incrementados al banco los recibos de agua, luz, teléfono y otros servicios domiciliados, escuchamos con temor reverencial en la tele que “el INE ha confirmado el IPC de marzo está ya en un 9,8%, encadenando su decimoquinta tasa positiva consecutiva”. Por cierto, desde mucho antes de que empezara la guerra criminal de Putin, olvidan mencionar los comentaristas tras soltar el argumentario gubernamental que repiten casi todos, no todos, los ministros y políticos coalicionados.

En mi caso particular, suelo ir al supermercado a comprar los productos básicos para cocinar unas tres veces a la semana. Verduras, pastas, legumbres, frutas, algunas cervecitas y pocas cosas más, salvo cuando toca productos de limpieza o reponer laterío básico, integran ni cesta de la compra, hoy más bien hay que decir carrito de la compra. Dejamos para los cuentos lo de la cestita con comida y golosinas light que llevaba Caperucita a su abuela, o al menos eso creíamos hasta que la muy concienciada Sandra Sabatés nos descubrió que en realidad la niña iba a que la violara don Feroz, lobo de profesión, uso y costumbres machirulas.

Pues bien, lo que yo he notado es que el coste de la misma compra que llevaba haciendo desde hacía años, se me ha incrementado en más de un 50% en las últimas semanas o meses, sobrecoste muy superior al que la ministra Calviño nos aseguró que estaba en algo menos del 10%. O me engaña el supermercado, o miente descaradamente la ministra, cosa nada desdeñable, o el IPC es otra filfa estadística. O las tres cosas a la vez.

Por eso conviene precisar algunos extremos para que los conceptos digan lo que han de decir y no lo que unos u otros quieran que digan. Quien elabora el IPC es el Instituto Nacional de Estadística, “un organismo autónomo de carácter administrativo, con personalidad jurídica y patrimonio propio, adscrito al Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital a través de la Secretaría de Estado de Economía y Apoyo a la Empresa”. Eso dice su web.

Para calcular el IPC se tienen en cuenta, fundamentalmente: la cesta de la compra; las ponderaciones de sus componentes; una muestra de municipios y establecimientos; y un aparato metodológico estadístico. Los dos primeros elementos son la base del cálculo, pues determinan a qué productos hay que prestar atención en la evolución de sus precios. En principio se seleccionan ayudándose de la Encuesta Continua de Presupuestos Familiares, que ayuda a fijar también qué proporción del gasto familiar se dedica a la compra de cada uno de ellos, eso es la ponderación. Como es lógico, esa composición de la cesta de la compra y su ponderación, son un secreto celosamente guardado por el INE para impedir que los actores de la vida económica, empresas y gobiernos, puedan adulterarla en su propio interés o beneficio.

Pero es esta cautela básica, precisamente la que hace desconfiar, o al menos no confiar demasiado, en la cifra que nos dan del IPC, sobre todo cuando no se ajusta a la experiencia personal de muchos de nosotros cuando sumamos los gastos mensuales y los comparamos con los de meses anteriores. Surgen dos preguntas básicas y una conjetura: ¿Qué productos y servicios dice el INE que compramos mayoritariamente los españoles y en qué tipo de establecimientos? ¿Estará el Gobierno metiendo su zarpa en la confección de la cesta de la compra? Y la conjetura: dada la tendencia a la intervención y control político partidista de todas las instituciones del Estado por parte del Gobierno, ¿podemos confiar en que la dirección del INE no ha sucumbido a las presiones gigantescas que, desde todos los ámbitos, tiene que soportar para “suavizar” sus índices?

Conviene no perder de vista que un organismo antaño tan prestigioso como útil era el CIS, hoy reducido a una triste caricatura en manos de un personaje que no ha dudado en destrozar sus acrisoladas metodologías para tratar de que las encuestas digan lo que él y el Dr. Sánchez quieren que digan. Y no es que la estadística sea una mentira, como muchos dicen, es una ciencia como cualquier otra que puede ser adulterada en las manos de desaprensivos.

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