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Acusa: final del camino, principio de todo

Canarias Noticias - 01/11/2024

 

Acompañamos al fotógrafo Nacho González Oramas en su “búsqueda de la belleza” por uno de los enclaves naturales y patrimoniales más sobresalientes de la isla en el marco de la serie ‘De Ruta Con…’

Los senderos de Gran Canaria discurren pegados a la tierra, pero desembocan en ocasiones más allá del lugar al que son capaces de llevarnos nuestros pasos. Donde no alcanza el camino, lo hacen la emoción y la mirada.

Lo sabe bien el fotógrafo Nacho González Oramas. Sus recorridos por la isla pisan la piedra, la arena y la pinocha. Persiguen sobre todo retratar la luz y las historias grabadas sobre los paisajes de Gran Canaria. Fotografía lo que su isla es y lo que fue. Lo que se ve y lo que apenas podemos imaginar. El territorio cambiante, conmovido, agitado por sombras y resplandores, habitado por gigantes de vieja roca volcánica, inánimes solo en apariencia.

“La búsqueda de la belleza es parte importante de mi trabajo, sobre todo cuando hago fotografías de paisaje o etnografía. Me gusta pensar que contribuye a consolidar nuestra identidad, a respetar nuestra tierra y sentirnos orgullosos de habitar esta isla”, explica.

Nacho, no obstante, habla sobre todo a través de sus imágenes. Hoy, le acompañamos en su busca a través de parte del sendero de algo más de cinco kilómetros que discurre entre Roque García y Acusa, en pleno Parque Rural del Roque Nublo. Conduce a su vez al interior del Bien de Interés Cultural de la Zona Arqueológica de la Mesa de Acusa, muestrario del legado aborigen y del escenario en el que se desarrolló.  

Esta ruta a pie está identificada como la S-88 en el portal grancanariasenderos.com de la Consejería de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria, con profusa información sobre el conjunto de la red arterial que adentra en el corazón natural de la isla.

Si se afina el oído y acompaña la suerte, es posible escuchar el latido de la naturaleza insular en el sonido del picapinos, además de avistar pinzones vulgares, aguilillas, cuervos y cernícalos, clavados en el cielo, inverosímiles, inmóviles mientras otean posibles presas.

Nacho escucha. Camina. Pero, ante todo, observa. En esos momentos, no se distinguen diferencias entre su ceño concentrado y la mirada telescópica del cernícalo. Él también va en pos de sus propias capturas.

Quedan atrás, de bajada, el pinar y los grupos de almendreros, que ceden magnánimos el testigo a retamas, codesos, saos y tomillos. La Mesa de Acusa ya se extiende ante la vista. A partir de ahora, la cámara ya prácticamente no regresará a su mochila hasta que reine la noche.

Cae la tarde, por ahora un cuarteado techo de plomo, de plata quebradiza, para los optimistas. El Roque Nublo queda oculto tras el telón gris. Sin embargo, la representación no ha hecho más que empezar. Y los fotógrafos parecen invocar a la luz. “Acusa es un lugar mágico”, había advertido previamente a incautos e incautas.

A modo de acto previo, se escenifica un espejismo. Jirones de nubes que trepan por las laderas se concentran al pie de la Montaña de Altavista, la antigua Azaenegue. Un viento empecinado y ascendente empuja la masa hacia las alturas, formando una fumarola que, antes de alejarse de la imponente cabecera montañosa, deja la impresión de un volcán inmemorial vuelto a la vida.

Tímidamente al principio, de manera decidida después, una lluvia de flechas centelleantes lanzadas por el sol que se va resquebraja la bóveda plúmbea sobre la Caldera de Tejeda. El Roque Nublo se libera, quedando su base abrigada por un pañuelo de nubes, las mismas que antes lo velaban.

El celaje, que es el cielo que barrunta, tiene memoria y ayudó a la población prehispánica a mesurar su ciclo vital en este lugar del Atlántico, se ha encendido en rojos, naranjas y violetas. Las paredes del Bentayga, la antena del Axis mundi aborigen, ese punto donde cielo y tierra se conectan, son muros ocres, oxidados, el armazón de una nave varada en el tiempo. 

Se unen a la sinfonía, literalmente, las cencerras de las ovejas camino del corral de un viejo conocido de Nacho, el pastor cumbrero Ramón Mayor. Se acopla otro sonido, prácticamente imperceptible: los disparos sordos y casi inaudibles de la cámara.

Hasta aquí llevó el sendero, al espectáculo diario entre el humano y anhelante devenir a ras del suelo y el inaprensible misterio azul. El final del camino era en realidad el comienzo de todo. Se acaba el día. Se extinguen sus últimas ascuas en el cielo. Si no fuera porque Gran Canaria es infinita, podría ser el final de una historia.  

 

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