La televisión, a través especialmente de las tertulias, ha corrompido el diálogo político hasta un límite insoportable al punto de contaminar el propio comportamiento de los actores políticos y también de la sociedad española. La política en las televisiones se ha convertido en un espectáculo, cual si fuera un partido de futbol de gran rivalidad como los del Barça- Real Madrid.
Lo más novedoso en los últimos años es una sobrerrepresentación de la política en las parrillas televisivas. Especialmente con la proliferación de las tertulias por la mañana, mediodía, tarde, noche y madrugada, porque cubren muchas horas de audiencia a bajo coste. La mayoría de ellas se basan en comentar y discutir sobre temas de actualidad política por parte de una cantera de “tertulianos”, que tienden a la bronca, los debates sin fundamento y la confrontación directa sin miramiento alguno. No se escuchan, se interrumpen continuamente. Lo importante para que suba la audiencia es la gresca. Proporcionar una información veraz, un análisis sosegado y crítico de la realidad política no interesa. Quienes eligen está última opción, desparecen de las tertulias.
A esta nueva clase los “tertulianos”, podemos llamarlos “todólogos”. Saben de todo. Les da igual: de economía, política, historia, justicia, constitucionalismo, futbol, del sexo de los ángeles… Durante la pandemia epidemiólogos a tutiplén. No hay tema que se les resista. ¡Qué gozada vivir en esta España nuestra con tanta materia gris desparramada a raudales por doquier! Es realmente prodigioso. Suelen ser unos pocos y casi siempre los mismos. Por ello, sabemos de entrada cuál es el mensaje que van a transmitir y por qué opción política se van a inclinar. Precisamente, por eso los contratan las grandes cadenas de televisión. Sería conveniente indagar qué empresas hay detrás. La información es poder.
Lo dramático es que estas tertulias están corrompiendo el diálogo en la sociedad. Al buscar la tensión política permanente para captar la atención del público, esa tensión la trasladan a la ciudadanía. Ya no es posible llevar una conversación sosegada en la barra de un bar o en una sobremesa entre amigos o familiares. Se ha expandido un discurso agónico. No hay término medio. O conmigo o contra mí. Ya no hay un nosotros. Sería conveniente una reducción de la información política en la televisión, y ciertas dosis de despolitización, ya que no podemos estar en una tensión política permanente. En democracia la politización es una opción valida pero no obligada. Tras una década de hiperpolitización necesitamos que la política vuelva a su cauce normal, y en cierta medida la ciudadanía se despreocupe de ella. Para ello, están los políticos. No obstante, mucho me temo que no se producirá cambio alguno en las tertulias televisivas. Por ende, la conversación social no recuperará un tono adecuado para el buen funcionamiento de nuestra democracia.
Los que ya superamos con creces los 60, añoramos aquel programa titulado “La Clave”, dirigido y presentado pos José Luis Balbín, que se mantuvo 10 años, terminando en 1985, retirado de antena (en tiempos de Felipe González) precisamente por resultar incómodo. Se debatía sin problemas sobre diferentes temas, participando gente muy preparada y de diferentes ideologías. Iban expertos. A ser escuchados y también a escuchar: Lo hacían sin gritos, sin sobreactuaciones, sin interrupciones. No, no es que fueran debates de guante blanco aquellos: había discrepancias, sí, pero siempre con la educación y las ideas por delante. Iban expertos. Un ejemplo del carácter abierto de este programa. En relación al conflicto que supuso la Guerra Civil, hubo siete debates históricos. Cronológicamente estos fueron los programas: 1. Extranjeros en la Guerra Civil (1979). 2. Muerte de García Lorca (1980). 3. José Antonio (1981). 4. Vivir en postguerra (1982). 5. El Valle de los Caídos (1983). 6. La revolución de Asturias (1984). 7. Francisco Franco (1985). Desde 1979, La clave emitió anualmente uno o varios programas dedicados a la guerra y al franquismo. Hoy, dudo, que haya una televisión pública o privada capaz de debatir sobre estos temas. El retroceso es incuestionable.
Cándido Marquesán