ÚLTIMA HORA

LAS SOCIEDADES NUNCA HAN AVANZADO SIN CONFLICTOS

 

 

Dicen que, al describir los tiempos verbales en su gramática latina, Marcus Terentius olvidó incluir el futuro. Hemos hecho nuestro ese olvido. Hemos creído, por ejemplo, que resulta vano desear un futuro mejor. Pues lo que ha pasado, ha pasado para bien de todos y el presente es el mejor de los mundos posibles. Aceptarlo es ser realista, dicen. No hacerlo es ingenuo y peligroso. El resultado de esa convicción extendida ha sido la pérdida de significado en lo existencial, y en lo político la pasividad abyecta. 

Nos han convencido.  La revuelta es injusta, cuando hay suficientes razones que la justifican. Desigualdad, exclusión, injusticia, corrupción, cambio climático, guerras…  Pero, esto es lo que hay. Hay que resignarse.  Según Marco d´Eramo, nos dicen también que los revolucionarios de todos los tiempos siempre han generado monstruosos tiranos. Es una operación repetida desde la historiografía de la Revolución Francesa de 1789, por la que recordamos a los aristócratas asesinados por el Terror jacobino, pero nadie recuerda las masacres aún más sangrientas de los termidorianos, el llamado “terror blanco”. Los revisionistas de la Revolución Francesa, como Francois Furet, realizaron una operación selectiva, convirtiendo a Marat, Saint-Just y Robespierre en monstruos y santificando al abate Sieyès, ese monje termidoriano que, junto a Fouché, organizó el golpe de Estado del 18 de Brumario de 1798 que llevó al poder a Napoleón Bonaparte. Todos estos historiógrafos sueñan con un mudo idílico en el que hubiéramos alcanzado el mismo progreso social y político logrado por la revolución sin sus excesos. Olvidan que, si hoy no somos siervos de la gleba, si no somos analfabetos, si hay un mínimo de democracia, se lo debemos a las revoluciones y a la francesa en primer lugar.  Y también a la Revolución Rusa que condiciona todo el siglo XX. El miedo a ella propició las reformas en el mundo occidental, obligando al capitalismo a hacer concesiones a las clases trabajadoras, como el Estado del Bienestar. Tras la caída de la URSS como no había revolución posible, la frustración de los trabajadores dejó de ser peligrosa. El neoliberalismo se desbocó. 

Los revisionistas olvidan que uno de sus mitos, considerado como el principal exponente del liberalismo moderado moderno, Benjamin Constant (1767-1830), ponía en guardia ya en 1797 contra el deseo de restaurar el ancien régime y sus privilegios a toda costa: “Cuando una revolución, impulsada más allá de sus límites, se detiene, vuelve a reducirse inmediatamente a sus límites. Pero no nos conformamos con reducirla. Se retrocede tanto cuanto se ha avanzado. Termina la moderación, dan comienzo las reacciones. Hay dos tipos de reacciones: las que se ejercen sobre los hombres y las que tienen como objeto las ideas…Las reacciones contra los hombres perpetúan las revoluciones, porque perpetúan la opresión que es su germen. Las reacciones contra las ideas vuelven las revoluciones infructuosas porque restauran los abusos. Las primeras devastan la generación que las experimenta; las segundas pesan sobre todas las generaciones. Las primeras provocan la muerte de los individuos; las segundas aturden a la especie entera. 

Para medir lo atrasados que estamos, basta fijarnos en esta predicción del propio Constant: "La esclavitud, el feudalismo ya no son gérmenes de guerra. La superstición, desde el punto de vista religioso, está por casi todas las partes a la defensiva. Si las herencias nos dividen, es porque los principios que las excluyen aún no se han recubierto de la evidencia de la que es propia. Dentro de un siglo se hablará de las herencias, como nosotros hablamos de la esclavitud". 

Es hermoso ver cuán extremistas eran los moderados de hace dos siglos. Consideraban la superstición desaparecida: no sabían que dos siglos después los horóscopos, las recetas de pócimas milagrosas y las citas para los ritos satánicos viajarían por las fibras ópticas de las redes informáticas. Consideraban las herencias una aberración tal que pensaban que desaparecerían como la esclavitud. Por otro lado, lo pensaba también Warren Buffett cuando dijo que abolir el impuesto de sucesiones para favorecer a los herederos era un "terrible error": "sería como elegir a los miembros del equipo olímpico solo entre los hijos de los ganadores de las últimas Olimpiadas.". 

En estos momentos que se ha producido el triunfo de los poderosos sobre los súbditos, como consecuencia de la contrarrevolución neoliberal, conviene recordar que las sociedades nunca han avanzado sin conflicto, sin lucha, sin insurrección, sin manifestaciones, sin una revuelta de los dominados sobre los dominadores´ de los innobles contra los nobles, por usar los términos de Nicolás Maquiavelo, el primer filósofo de la historia ( y uno de los pocos) que dio un juicio positivo sobre los tumultos: “Si se toma en consideración la finalidad de nobles e innobles, se verá en aquellos el deseo de dominar y en estos el de no ser dominados. Por eso los deseos de los pueblos libres rara vez son dañosos a la libertad, porque nacen, o de sentirse oprimidos, o de sospechar que pueden llegar a estarlo”.  “Creo que los que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe reprueban lo que fue la causa principal de la libertad de Roma, y se fijan más en los ruidos y gritos que de tales tumultos nacían que en los buenos efectos que engendran”.               

Para Eric Hobsbawm 'las marchas callejeras son votos con los pies que equivalen a  los votos que depositamos en las urnas con las manos'. Y es así, porque los que se manifiestan en la calle pacíficamente eligen una opción, protestan contra algo y proponen alternativas. La acción colectiva en la calle, como acto de multitud o de construcción de un discurso, expresa una diferencia u oposición, muestra una identidad, y se transforma de lo particular a algo más general y cuando se mantiene en el tiempo se convierte en un movimiento social”. La historia nos enseña que si en la sociedad democrática no se produjeran estas oleadas de movilización por causas justas no habría democratización, es decir, no habría la presión necesaria para hacer efectivos derechos reconocidos constitucionalmente, ni la fuerza e imaginación para crear otros nuevos. Todo esto les resulta difícil de entender a algunos. Con frecuencia, las sociedades se incomodan con los movimientos y aún los consideran peligrosos y nocivos. Solo cuando triunfan reconocen sus bondades e integran sus conquistas a la cultura e institucionalidad vigentes. Ardua tarea, a veces se necesitan siglos para alcanzar algunos derechos: jornada laboral de 8 horas, descanso dominical, sufragio universal, igualdad entre hombre mujer. En definitiva, con movilizaciones se han civilizado y avanzado las sociedades que hoy conocemos como modernas y democráticas. Los momentos más creativos de la democracia rara vez ocurrieron en las sedes de los parlamentos. Ocurrieron en las calles.

 

Cándido Marquesán

 

 

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