Luis de la Barrera
Portavoz de Drago Gran Canaria

Durante la Edad Media se pretendió el crecimiento económico de los feudos mediante el incremento exponencial de su población. También los pensadores liberales, con Adam Smith a la cabeza, confiaron el crecimiento económico a uno de los factores productivos, entre los cuales se encontraba el trabajo.
Lo mismo debieron pensar, desde la dictadura franquista hasta nuestros días, los diversos dirigentes que han pasado por el Gobierno de Canarias, cabildos y ayuntamientos de nuestro país, hasta provocar una situación insostenible de la que son incapaces de sacarnos: cada año se mudan a las islas en torno a 25.000 personas, lo que se traduce en más de medio millón en los últimos 20 años.
Las Islas Canarias tienen en la actualidad una densidad de población de 303 personas por kilómetro cuadrado, tan solo superadas por Madrid y Euskadi en el conjunto del Estado. La pequeña diferencia es que nosotros no habitamos un territorio continental europeo, sino un archipiélago africano, semidesértico, subtropical, vulnerable y fragmentado.
Si lo aterrizamos por islas, La Graciosa tiene una densidad de población de 27 hab/km2, El Hierro de 42 hab/km2, La Gomera de 59 hab/km2, Fuerteventura de 62 hab/km2, La Palma de 118 hab/km2, Lanzarote de 168 hab/km2, Tenerife de 456 hab/km2 y Gran Canaria de 547 hab/km2, logrando así el título de ser la más sobrepoblada de Canarias.
Teniendo en cuenta que el 40 % del territorio de Gran Canaria cuenta con algún instrumento de protección de sus espacios naturales, y presuponiendo que no viven en él personas, podríamos entender que la densidad de población es aún mayor, toda vez que las más de 850.000 personas que vivimos en la isla redonda nos concentraríamos en el 60 % restante.
Y ello sin tener en cuenta a toda la población flotante que vive en la isla, de forma más o menos temporal, como los 4,5 millones de turistas, todas aquellas personas —mayormente europeas— que cuentan con una segunda residencia, los nómadas digitales, erasmus, estudiantes, surferos, golondrinas inglesas, temporeros laborales, jipiokupas de cuevas, montañas, bosques y barrancos y tantas otras categorías de deambulantes vitales de nuestra sociedad posmoderna.
Este incremento insostenible de la población no sólo está provocando un colapso absoluto de la infraestructura viaria, presión sobre la capacidad de carga medioambiental de la isla, saturación de los servicios públicos, disolución en términos culturales e identitarios o que la vivencia diaria en Gran Canaria esté marcada por el apelotonamiento y masificación de cualquier espacio urbano, costero o rural, sino que está siendo devastador en el plano económico.
Así, para fundirles a datos, las islas orientales han liderado la pérdida de poder adquisitivo en relación con la media del Estado, con una reducción de la renta per cápita del 20 % en 25 años. El 30 % de la población canaria se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social. La tasa de paro en Canarias no baja del 12 %, a pesar de que estemos en el periodo de mayor gasto turístico de nuestra historia. Es más, este año hemos pasado a ser el territorio con peor salario de todo el Estado, coincidiendo con el máximo histórico de 18 millones de turistas. Canarias es el país con mayor desigualdad del Estado y también se encuentra en el podio de la Unión Europea.
¿Alguien entiende algo, si no paramos de crecer en visitantes y gasto turístico? En Drago Canarias lo tuvimos clarísimo desde nuestra fundación. El modelo de turismo de masas que padecemos, depredador del territorio y de las personas que vivimos en él, es un generador infinito de pobreza, desigualdad, precariedad e indignas condiciones en materia de empleo, salud física y mental, servicios sociales, dependencia, educación en todas las etapas vitales, cultura e identidad y disfrute de un medioambiente sano.
Numerosos estudios ligan la sobrepoblación en Canarias a los altos índices de desempleo y a esta espiral de empobrecimiento paulatino de la población canaria y de pérdida de poder adquisitivo. Por mucho crecimiento económico que haya, ligado a las espectaculares cifras de gasto turístico, no se redistribuye entre la población canaria, sino que se concentra en unas pocas manos o se extrae la riqueza generada hasta el continente europeo.
Y en Canarias no tenemos un problema de generación de riqueza, que asciende a casi 50.000 mil millones de euros y que se traduce en ser el séptimo territorio que más aporta en PIB al conjunto del Estado. Esto es una mina de oro, pero que apenas deja pepitas en los bolsillos de los canarios. Y menos aún si la poca riqueza que se genera y queda en el archipiélago se reparte entre cada vez más personas, fruto de la destrucción permanente de empleo en los sectores de la hostelería y restauración, que necesitan chupar nueva mano de obra barata tanto local como del sur global y, de reciente incorporación, de la clase trabajadora europea.
La misma o menos cantidad de gofio, pero con más bocas que alimentar.
Nuestra propuesta estrella en el programa del 28M fue el decrecimiento turístico, que englobaba toda una serie de medidas de limitación de la compraventa de viviendas a personas no residentes, moratorias en la construcción de nuevos hoteles y de la vivienda vacacional, desclasificación de suelo y camas turísticas o paralizar las campañas de promoción turística para la atracción de nuevos residentes.
Todo ello generaría una paulatina estabilización del crecimiento demográfico de Canarias y posibilitaría una mejor gestión de los servicios públicos, un aligeramiento en la presión sobre nuestro medioambiente y una mejora exponencial de las condiciones laborales de los trabajadores de los sectores de la hostelería y restauración e indirectamente del resto de la clase trabajadora del país.
Así que cuesta mucho creerse a los señores de Coalición Canaria y Nueva Canaria, que con una mano dicen que van a controlar la sobrepoblación con ponencias, informes, estudios jurídicos y comisiones parlamentarias, y con la otra mano siguen apostando por el turismo masivo, concediendo nuevas licencias hoteleras y promocionando la isla para que sigan llegando más millones de turistas.
A estas alturas, cópiennos si quieren, pero hagan algo para que este archipiélago sea un lugar con buenas condiciones para nacer, vivir y morir. Muchos ya hemos decidido que no vamos a quedarnos de brazos cruzados, y menos aún emigrar.
Luis de la Barrera, portavoz de Drago Gran Canaria