ÚLTIMA HORA

MOVER LOS CORAZONES PARA TERMINAR CON LA INDIGENCIA

 

La mejor lucha contra todas nuestras pobrezas es la de dejarnos acompañar, o sea fraternizarnos, que es como se logra un legítimo avance sistémico, hasta el estado de que combatir el mísero ahogo es edificar la concordia”.

 

                Necesitamos mover los corazones en todo el planeta, lo que requiere sensibilidad para entenderlo y derribar muros. Abrazarse unos a otros es vital, como donarse con la consabida sintonía mental y que hablen nuestros labios a golpe de pulso. Los latidos contribuirán a fecundar los sueños y a crecer con los lenguajes de proximidad. Será el momento, pues, de entrar en diálogo; sin complejos, porque lo esencial muchas veces es invisible a los ojos mundanos, donde preferentemente suele proliferar el interés comercial. De entrada, comenzaré subrayando la súplica que me sale de mi propio interior; y, que no es otra, que la petición de fondos y recursos adecuados para atender las crecientes afluencias de los desfavorecidos. Naturalmente, un mayor respaldo financiero y una mayor colaboración internacional también hace falta, con un espíritu de solidaridad global reforzada, centrada en las necesidades de los más pobres y vulnerables. 

                Nuestro interior, movido a golpe de voluntad, nos expresa lo que es preciso hacer en este orbe globalizado, enzarzado en mil contiendas absurdas, que lo único que fomentan es la división y el enfrentamiento, lo que dificulta enormemente el desarrollo humano integral e integrador, con una beneficencia que tiene que tomar otro abecedario más auténtico, al menos para contribuir a la promoción del dialogo sincero, a la solidaridad real y a la comprensión mutua entre las personas. Para ello se requiere que la decencia y la dignidad de cada ser humano o grupo asociativo, sea respetada y promovida, en virtud de las diferencias, pero siempre desde la ética. Lo que no es de justicia, es el aumento de ciudadanos que ya no tienen ni siquiera lo indispensable para vivir, mientras otros lo derrochan todo, sin importarles que falte peculio suficiente para hacer frente a un programa de seguridad alimenticia mundial. Son esas comparsas sin alma, las que caminan con una sístole empedrada, pasivos y con la indiferencia como vocablo. 

                Se han multiplicado los deseos mezquinos, tanto que nos desbordan por completo, ante el aluvión de miserias y desasosiegos, que nos acompañan. Podemos y debemos decidir hacer las cosas de otro modo. Las prioridades deben cambiar. A mi juicio, sería saludable regresar a la estética de un gran corazón: aquel que ningún rechazo lo desconsuela y que ninguna inacción lo extingue. En efecto, la vida es un instrumento de muchas cuerdas, pero todos somos necesarios e imprescindibles para hacerlas vibrar; ahora nos toca, aliviar los peores efectos de las crisis humanitarias, complementar los servicios públicos de atención de la salud, la educación, la vivienda y la protección de toda vida, sobre todo ante las continuas y persistentes situaciones de conflicto. No olvidemos, que la mejor lucha contra todas nuestras pobrezas es la de dejarnos acompañar, o sea fraternizarnos, que es como se logra un legítimo avance sistémico, hasta el estado de que combatir el mísero ahogo es edificar la concordia. 

                La ONU reconoce también que en términos de desarrollo, los diversos gobiernos tampoco pueden actuar despoblados. El voluntariado y el altruismo cívico desempeñan un papel decisivo, para aumentar la concienciación colectiva, eliminando barreras e incrementando la confianza entre nosotros. La cohesión es fundamental para que la humanidad se sienta familia y mejore el sentido de responsabilidad grupal. Qué saludable sería, si pudiéramos decir cada cual consigo mismo: también nosotros estamos necesitados. Tan solo así, lograremos reconocernos realmente y hacernos corporación. En efecto, nos precisamos entre sí, aunque sólo sea para compartir alegrías y tristezas. Las personas realmente grandes, advierto, que tienen una gran congoja por aquí abajo. Madre Teresa de Calcuta, por ejemplo, luchó contra la angustia y la pobreza, creando hospicios y residencias como obras de amor, para dar calor humano e injertar bienestar celeste. Realmente, tuvo unas entretelas tan colosales como puras. ¡Imitémosla!

  

Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor

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