En los primeros párrafos del Génesis Dios y Adán se repartieron sin mayor discusión los nombres de las cosas, lo que suponía además del reconocimiento de su existencia, el de su apropiación. Quien nombra, al fin y al cabo, manda y al nombrar, hace valer su interpretación de las cosas.
Me fijaré en esa apropiación espuria del lenguaje en nuestra historia y también en el presente. La historiografía franquista impuso determinadas palabras a la sociedad española, que lamentablemente siguen vigentes todavía. Se normalizaron en la escuela, los medios y la familia. Una de ellas, es la de “nacionales” para denominar a los partidarios de los rebeldes frente al gobierno legítimo de la República, lo que implica cierta familiaridad con ellos, y sugiere que sus contrarios, quienes lucharon en defensa de la legitimidad democrática eran anti-españoles o cosas peores, despectivamente se les llama los "rojos". Seguir usando el término nacionales supone adoptar el lenguaje que usaron los propios sublevados en 1936, que mantuvo la propaganda franquista durante toda la dictadura y que la inmensa mayoría de los historiadores han rechazado. Lo mismo en relación a otros términos impuestos por la dictadura como “Alzamiento Nacional” o “Movimiento Nacional”, “Guerra de Liberación” o “Cruzada”.
Azaña en su obra, que debería ser más conocida por los españoles, la Velada de Benicarló, escrita en 1937 en plena Guerra Civil-aunque es más apropiado el término de Guerra de España por la intervención de ejércitos extranjeros- a través de uno de sus personajes, Eliseo Morales (representa a Azaña como escritor) ya discrepa de esa visión excluyente de los sublevados: “En nuestra guerra, las tesis del patriotismo nacional, que pretende integrar en una expresión común intereses y clases divergentes, son las de la República, sostenida por burgueses y proletarios. Por su parte, la rebelión que se llama nacionalista y exalta el españolismo, provoca y utiliza la violación de las fronteras para aniquilar a la fracción más numerosa del país, como si todo lo que representan el liberalismo burgués y el obrerismo no fuese también nacional”.
El 18 de julio de 1938, en el Ayuntamiento de Barcelona, Azaña pronuncia uno de los discursos más impresionantes de nuestra Historia, Paz, Piedad y Perdón, que no vendría mal que lo leyésemos los españoles de hoy, del que extraigo este fragmento: “Tras esta siniestra y dolorosa guerra, entonces se comprobará una vez más lo que nunca debió ser desconocido por los que lo desconocieron: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo. Ahí está la base de la nacionalidad y la raíz del sentimiento patriótico, no en un dogma que excluya de la nacionalidad a todos los que no lo profesan, sea un dogma político o económico. ¡Eso es un concepto islámico de la nación y del Estado! Nosotros vemos en la patria una libertad, fundiendo en ella, no sólo los elementos materiales de territorio, de energía física o de riqueza, sino todo el patrimonio moral acumulado por los españoles en veinte siglos y que constituye el título grandioso de nuestra civilización en el mundo.
Como señala José María Ridao en su libro "La República encantada. Tradición, tolerancia y liberalismo en España, en 1998 visitó la tumba de Manuel Azaña en Montauban, Nos recuerda que al llegar al Cementerio Urbano tardó en localizar la lápida abandonada y cubierta de maleza, sobre la que encontró jirones de banderas republicanas y una placa rota en reconocimiento al último presidente de la República. Tras reunir los fragmentos dispersos de la placa, aún pudo leer: LOS ESPAÑOLES REPUBLICANOS EXILIADOS EN FRANCIA A SU PRESIDENTE, D. MANUEL AZAÑA. VIVA LA REPÚBLICA. Al principio, sigue diciéndonos, Ridao, profundamente conmovido no entendió su auténtico significado. Posteriormente, le supuso una auténtica revelación sobre el significado de la Historia de España; a los redactores de la placa sobre la tumba de Azaña que encontró no les cupo duda: el sustantivo era “español”, y el adjetivo, “republicano”. Cambiar ese orden fue el origen de su drama. Ahí estaba la clave, en ese juego de sustantivos y adjetivos que trasformaba el tópico de que son los vencedores quienes escriben la historia poniendo en evidencia de que en esta España nuestra, se priva a los vencidos de la condición de españoles, convirtiéndolos en extranjeros.
¿Acaso no eran españoles exiliados que llegaron a Méjico en el barco Sinaia? Eran historiadores, filósofos, fotógrafos, dibujantes, intelectuales y artistas, como Pedro Garfias, Tomás Segovia, Ramón Xirau, José Gaos, Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez, Julio Mayo, Manuel Andújar y Benjamín Jarnés. También mineros, agricultores, ganaderos, albañiles, artesanos, empleados, comerciantes, médicos, abogados y maestros. Julián Atilano, entonces un chico de 12 años, tras 75 años, recuerda con suma tristeza: “Hubo un momento imborrable cuando pasamos por delante del Peñón de Gibraltar e íbamos a dejar definitivamente atrás España. Algunos integrantes de la Orquesta Sinfónica de Madrid que viajaban en el barco se pusieron a interpretar Suspiros de España. Ahí sentimos que no había retorno”.
¿Acaso no era español León Felipe, que escribió una obra titulada Español del éxodo y del llant? ¿Acaso no era español Luis Cernuda, autor del mejor poema del siglo XX en nuestra lengua, Díptico español. ¿Acaso no era español Pedro Garfias? Este dedicó un impresionante poema a Méjico y a Lázaro Cárdenas. Ahí va este breve fragmento, que encoge el alma: “España que perdimos, no nos pierdas; guárdanos en tu frente derrumbada, conserva a tu costado el hueco vivo de nuestra ausencia amarga que un día volveremos, más veloces, sobre la densa y poderosa espalda de este mar, con los brazos ondeantes y el latido del mar en la garganta”.
¿Acaso no eran españoles los judíos expulsados por los Reyes Católicos, el morisco Ricote que aparece en el Quijote, los erasmistas, los ilustrados, los liberales, enciclopedistas, afrancesados, masones, krausistas, liberales, marxistas, socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos…? Esta ha sido nuestra triste historia. Tengo mis serias deudas si hemos aprendido la lección. ¿Por qué? El líder del PP inició su campaña electoral con este eslogan: SÁNCHEZ O ESPAÑA. ¿Acaso tampoco son españoles los votantes de Sánchez? Por lo que estamos observando, determinados ciudadanos españoles, han tenido y siguen teniendo el monopolio de expedir carnets de españolidad.
Cándido Marquesán