Agosto, el mes estival por excelencia, cuando la mayoría coge sus vacaciones. Las da el Estado a sus funcionarios y las empresas a sus empleados, y no debemos negárnoslas a nosotros mismos, porque nuestro cuerpo y nuestro espíritu- también nuestra alma- las necesitan. Necesitamos el descanso físico y psicológico, y a nuestra alma le conviene un tiempo para respirar, porque el agobio del trabajo resta tiempo a nuestra relación con nosotros mismos y con Dios. Necesitamos momentos de tranquilidad y silencio para reflexionar, para la contemplación serena de la naturaleza y para elevar el alma al Creador. Un buen libro ayuda.
El verano es buen momento para cultivar las relaciones familiares y de amistad, para tonificarnos con sol y el aire; para echar atrás las preocupaciones, con la esperanza puesta en Dios, que es Amor y no nos abandona en la prueba.
Hay que volver fuertes al otoño-invierno, cuando no sabemos qué vendrá. El creyente sabe que si le llega la muerte, esta no es el final del camino, sino la antesala de la vida sin ocaso, y eso ayuda a vivir.
Lo que no debemos hacer es dar vueltas a la cabeza, sino tomar aquello que Dios ha puesto a nuestra disposición para conservar y fortalecer nuestro sistema inmunológico: la vitamina D ( la produce la piel con los rayos UV del sol), la vitamina C ( abunda en los cítricos) y el zinc ( ostras, hígado, avellanas …). La miel ecológica, el ajo y el jengibre también nos ayudarán a defendernos de esos virus malignos cuya naturaleza desconocemos y no sabemos muy bien ni de dónde ni por qué han venido.
Josefa Romo Garlito