ÚLTIMA HORA

EL DÍA DE LOS GIGAVATIOS

Tino de la Torre

Empresario y escritor

Vencido el día, usaba la luz del “frontal” (ya saben la luz que se coloca en la frente) para dedicar unas horas a la lectura el día que se perdieron los 15 gigavatios (y que nadie sabe dónde fueron a parar).

Como dijo alguno en la radio “a pilas” se recordaron durante aquellas horas los días de encierro que se nos impusieron cuando la peste china se apoderó del mundo. Sentí que mi cerebro activaba de inmediato el modo “otra forma de vivir” que consiste básicamente en bajar al mínimo las expectativas, saber de los míos de una forma u otra -confirmando que estaban bien- y verificar que en casa había jamón, pan y alguna cosa más; más que suficiente para resistir. Y salía agua por el grifo.

Solo cabía confiar en que otros también queridos no estarían atrapados en ningún ascensor o en el metro, como le ocurrió al que escribe durante un breve rato. Mi solidaridad con el día tremendo que tuvieron muchos.

En una adaptación libre del “laissez faire laissez passer” del libre mercado asumí que las cosas se habrían de ir colocando y que no se podía hacer otra cosa que no fuera esperar. La verdad es que eso libera mucho la mente.

Como les comentaba y dada la situación me dispuse a leer con rumbo desconocido, como el que vaga, sin un horizonte claro de cuánto tiempo iba a estar y sin tener el móvil cerca con sus llamadas de atención. Pude hacer lectura con más inmersión, como la que hacía de chaval. Me podía imaginar al escritor y su meditada elección de palabras y giros.

Leía a media luz (como el tango) con esa luminaria en la frente. No sentía que hurtaba el tiempo a otra cosa y estaba donde quería estar, dadas las circunstancias. La felicidad, como tantas cosas, se puede sobrecargar con todo lo que uno desee. O descargarla, como era el caso.

Me vino a la mente un recuerdo de lo fácil que puede ser la vida y como la complicamos. Tuve la ocasión hace ya bastantes años de disfrutar de unos paseos en yate. Digo disfrutar porque a decir de muchos propietarios los que de verdad disfrutan son los invitados ya que el propietario solo tiene dos días realmente felices con el barco: el día que lo compra y el que, felizmente, lo vende.

Aquel día de verano, al poco de salir del puerto, pude ver algo parecido a una carrera de barcos yendo todos a la misma isla cercana. Tampoco había otro sitio cercano al que se pudiera ir salvo que uno fondeara (palabra tan misteriosa) en el medio del mar, cosa poco aconsejable porque estaba la mar algo rizada.

La idea era que cuando el barco en el que íbamos tirara el ancla una pequeña motora nos recogiera y fuéramos a comer al restaurante en donde se reservó mesa. Ese era el plan. La realidad fue que hubo que tirar el ancla en una zona lejana a la playa ya que

había muchos otros barcos que habían llegado antes. A su vez, la zodiac que nos iba a venir a recoger, tardaría más de 2 horas ya que iba recogiendo a otras personas y repartiendo paellas por los barcos. Así que nos tiramos al agua y a nadar hasta que ganamos la costa (sí, como náufragos). Con el bañador mojado nos fuimos a comer.

Pude ver a unos escasos 200 mts como bajaban de un ferry atracado en un puerto un buen número de personas que habían hecho el mismo trayecto (con coste por persona imagino que muy razonable), bajaban por una rampa sin mojarse, llegaban a la misma playa y, si era su deseo, ir al mismo restaurante.

Aquel día, con el traje de baño mojado viendo a los del ferry, y hace unos días leyendo con el frontal en la cabeza comprendí que estaba preparado para tener una existencia cercana a feliz pase lo que pase. Aunque se pierdan unos cuantos gigavatios.

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