Pasó la Semana Santa con un tiempo genial. Miles de personas viajaron a pueblos marítimos o de interior, y, como digo a mis hijos, con una nota común: muchísimos creyentes participaron en los oficios y procesiones de la Semana más grande del año. El buen tiempo continuó en la Octava de Pascua, como reflejo de la alegría del Resucitado. En la Pascua se celebra que un Hombre- Dios, Jesucristo, resucitó después de permanecer, su cuerpo, tres días en el sepulcro. La muerte de Cristo fue un hecho histórico; pero venció a la muerte con su Resurrección gloriosa y vive para siempre. Su Resurrección, y no su muerte, es el fundamento de la Fe cristiana. Los Apóstoles lo vieron y trataron después de resucitado. Su experiencia los volvió, de cobardes, en valientes, hasta dar la vida por esa Verdad que contemplaron sus ojos y tocaron sus manos. También lo vieron "quinientos hermanos", y San Pablo camino de Damasco cuando iba allí para apresar a los cristianos (ICorintios, 15). La vida de Pablo- luego, San Pablo- dio un vuelco, y terminó entregándola por el Resucitado, por Jesús, que llenó de amor su corazón. También hoy, son incontables las personas enamoradas de Jesús, que está vivo porque resucitó como primicia de nuestra futura resurrección. Es la causa de nuestra Esperanza: los cristianos sabemos que la muerte no es el final del camino.
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