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¿POLARIZADO, YO? ¡QUIA!

 

Acabo de leer el libro Pensar la polarización de Gonzalo Velasco Arias, profesor de filosofía de la Universidad Carlos III de Madrid, donde expresa una serie de reflexiones sobre un tema de candente actualidad, las cuales expondré a continuación, junto con algunas  aportaciones personales. 

Yo no estoy polarizado. ¡Quia! Quienes están polarizados son los otros, yo no. Polarizados están los políticos, de derechas e izquierdas,- también estaban los que se autoproclamaban de centro, aunque estos últimos parece una especie a extinguir-,  tan exagerados y dramáticos con sus palabras incendiarias en el Parlamento, en los medios de comunicación, y en las redes sociales, dirigidas con virulencia al contrincante político, considerado como enemigo, no como adversario. Polarizadas están las redes sociales, donde abundan insultos truculentos, que avergüenzan el sentido común, donde no se dialoga, ya que en el mundo digital frecuentemente nos parecemos a dos perros separados por una valla, ladrando y enseñando los colmillos con una virulencia feroz, prestos a arrancarnos la carne si no mediara una barrera. Polarizados están la mayoría de los medios de comunicación, previsibles en sus editoriales, previsibles los tertulianos-los todologos-, que ya sabemos de antemano cuál es su opinión, aunque luego alardean de imparcialidad. Y polarizados están, del partido político del otro extremo del espectro ideológico, sus portavoces; y todos sus seguidores, militantes y votantes, plenamente convencidos y  que no puedes evitarlos; el portero lenguaraz  de tu casa al que tienes que saludar todos los días; el pariente-cuñadísimo- que no se pierde ninguna de las reuniones familiares, y que sabe de todo; y el taxista desinhibido y sin complejos, que lleva siempre sintonizada la misma emisora vociferante, y que como cliente la tienes  que soportar. Una anécdota que me contó un amigo. En cierta ocasión, le dijo a un taxista que si podía apagar o cambiar la emisora, ya que no le agradaban los comentarios del locutor. Para que nos hagamos una idea aproximada, tal locutor “periodista” emite hoy juicios cómo estos: “[Sobre la reforma educativa...] ahora les van cerrando la educación concertada… ¡Claro! Y os cerrarán las iglesias, y os las quemarán, y harán puticlubs en ellas. Payasos, si es lo que os merecéis”. No creen en nada”.  Y a pesar de ello este auténtico paradigma del periodismo recibe premios por otros medios por su brillante trayectoria profesional", por sus "más de cuatro décadas de oficio impregnadas de un particular estilo de hacer periodismo, siempre marcado por la reflexión, la ironía y las referencias culturales”. Ante la vociferante negativa del taxista, mi amigo le respondió que, como él  pagaba el trayecto, tenía derecho a elegir o rechazar determinados programas.  Ante la destemplada negativa, le dijo que se bajaba.               

Mas, si reflexionamos con sinceridad y sosiego, nos tenemos que dar cuenta que hace ya tiempo que no estamos de acuerdo con ninguna propuesta,  aunque nos sea muy beneficiosa, como la revalorización de las pensiones o las ayudas al transporte, porque proviene  del partido político contrario. Igualmente que sin interrupción en las barras de los bares o en el autobús desinhibidos lanzamos epítetos furibundos a sus líderes, sin importarnos la presencia de algunos menores. Del mismo modo hemos expresado nuestra opinión en público con gran convicción y contundencia sobre leyes o normas relativas a cuestiones que por su complejidad  no tenemos suficiente competencia ni preparación (materia fiscal, sentencias jurídicas polémicas…. ¿Cuántos de los que criticaron  con extraordinaria virulencia la ley de Memoria Democrática o la propuesta de ley de Amnistía se las han leído? Igualmente presumimos de conocer cómo razona y cuáles son las motivaciones ocultas de quien piensa distinto a nosotros, y que hace tiempo que ningún razonamiento del contrario, aunque sea de una contundencia inapelable, nos lleva a cambiar de opinión, ya que tendríamos reconocer nuestro error. Y  que en las redes  quien disiente rápidamente lo convertimos en enemigo.               

 Si nos identificamos con algunos de los comportamientos citados, quizás estamos contribuyendo, sin apercibirnos de ello,  a que nuestra sociedad esté muy polarizada. Para profundizar o clarificar un poco más sobre nuestra contribución a la polarización, conviene plantearnos algunas preguntas. Cuando expresamos nuestra opinión, ¿estigmatizamos a quien piensa distinto a nosotros?, ¿priorizamos nuestras afinidades identitarias (de nuestro partido político, nuestro periódico o nuestra cadena de televisión…) a llevar a cabo una rigurosa deliberación de los acontecimientos?, ¿hemos dejado de escuchar al diferente, al considerarlo sin contemplaciones como un contrincante competitivo o un enemigo? Estas y otras preguntas semejantes deberíamos hacérnoslas, sobre todo en unos momentos  que se está degradando nuestra democracia, circunstancia sobre la que parece haber consenso. No deberíamos ignorar que la democracia no es eterna. Realizar una profunda reflexión sobre nuestra contribución al deterioro del espacio público, sería una iniciativa muy positiva de compromiso cívico. Hacer una autocrítica de nuestras creencias y actitudes para valorar nuestra relación con ellas, es desde todos los puntos una tarea muy positiva para mejorar nuestra democracia.

  

Cándido Marquesán

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