ÚLTIMA HORA

LA CAUSA DE LA CAUSA

José Fco. Fernández Belda

Viviendo en San Borondón

 

 

Mucho se ha escrito y mucho se escribirá aún sobre la tragedia de la DANA, principalmente en la Comunidad Valenciana aunque también en comunidades limítrofes. En oportuna metáfora puede decirse que han corrido ríos de tinta sobre todo lo sucedido con las víctimas, los daños materiales, el barranco del Poyo, Valencia, Pedro Sánchez huyendo en Paiporta y el Rey Felipe VI dando la cara, la Confederación del Júcar y la recanalización del Turia o del presidente Mazón merendando el celebérrimo tiramisú de marras. Nada parece haber escapado al escrutinio ciudadano y sobre todo al regate corto de los partidos políticos, unos buscando causas y otros excusas para culpar o exculpar a los presuntos responsables de la tragedia que tantos muertos ha causado y sacar un triste rédito político de la dantesca situación. Como popularmente se dice, cada quisque arrimando el ascua a su sardina, aunque muchos hubiéramos deseado que a ese pececillo sectario se lo hubiera llevado la riada.

Hay tres elementos que en estos dimes y diretes sólo se citan como muy de pasada y casi nunca en los presuntos análisis técnico-políticos vertidos en las tertulias de los medios de comunicación. El primero es una obviedad histórica, o al menos debiera serlo, y es el hecho de que las riadas en esa zona mediterránea, esas que siempre se generaban por las llamadas gotas frías ahora rebautizadas popularmente como las DANA, son fenómenos naturales que se vienen produciendo periódicamente desde la prehistoria. De ellas no son responsables los políticos ni tampoco el imaginario y socorrido cambio del clima climático, al decir del ex ministro Moratinos, de origen antropogénico, que es el nuevo mantra pseudo ecologista para explicar políticamente lo que se explica científicamente como un fenómeno natural imposible de modificar.

El segundo elemento que debiera ser muy tenido en cuenta en todos esos análisis es que los efectos letales de estas riadas para con las vidas y haciendas pueden ser minimizados, nunca eliminados del todo, con la construcción de las obras hidráulicas y con la limpieza de los cauces de ríos y barrancos que las técnicas y las experiencias campesinas ancestrales aconsejan ejecutar en esas áreas. Un ejemplo de esto es la constatación indubitada de que el nuevo cauce del río Turia ha retenido la fuerza destructiva de esta última riada y ha evitado una tragedia aún mayor en la ciudad de Valencia. Sin esta recanalización del Turia que llevó a cabo el Gobierno franquista entre 1958 y 1973, la crecida habría afectado dramáticamente al centro de Valencia, donde están la mayoría de viviendas y ciudadanos de la localidad, y las víctimas se hubieran multiplicado. Por cierto, dadas las trágicas circunstancias acaecidas, conviene tener muy presente que uno de los proyectos estrella de la coalición política Compromís, que liderada por Joan Baldoví proponía nada más y nada menos que devolver al río Turia a su antiguo cauce. Y a mi entender, ese disparate del ecologismo político militante y antisistema, no parece pasarle factura a la vez que han logrado, apoyándose en la agitpro socialista, encontrar un buen chivo expiatorio para su insensatez manifiesta en el celebérrimo tiramisú que se estaba zampando el presidente valenciano Carlos Mazón en lugar de estar pidiendo desde el minuto cero el estado de alerta al Gobierno de España.

Y, por último, el tercer elemento importante a tener en cuenta es el hecho de que una de las primeras medidas que tomó Zapatero al llegar a La Moncloa fue la derogación, a mi entender tan insensata como sectaria del Plan Hidrológico Nacional aprobado por el gobierno de Aznar, que era una puesta al día de otro anterior elaborado en tiempos de Primo de Rivera, donde se contemplaban obras para esas zonas valencianas para minimizar los efectos de las inevitables riadas futuras. Por cierto, esas obras y en concreto las del barranco del Poyo, habían sido posteriormente vueltas a aprobar por la Confederación Hidrográfica del Júcar, aunque luego fueron metidas en un cajón por motivos políticos.

Y así las cosas, que son una constatación de hechos y decisiones políticas, sería muy de aplicación aquella máxima escrita por Santo Tomás de Aquino en 1256: “causa causae est causa causati”, que traducido al román paladino afirma que “la causa de la causa es la causa de lo causado”. Aunque sea imposible de cuantificar, parece una evidencia que si esas obras se hubieran ejecutado, el número de víctimas humanas y de destrozos materiales habría sido muy bajo, al margen de si la AEMET, la Confederación del Júcar, la Generalidad Valenciana o el Gobierno de España alertaran o no con tiempo suficiente a la población.

Por eso, dejando a un lado consideraciones de oportunismo político de tirios y troyanos, parece evidente que el pecado original de los efectos letales y destructivos de esta riada hay que buscarlo en la anulación del PHN y en aquellas otras leyes nacionales dizque ecologistas, replicadas también por las CC.AA., de poner serias dificultades para la limpieza de los cauces de ríos y barrancos. Es algo que ya vienen advirtiendo reiteradamente los verdaderos ecologistas y los campesinos que año tras año miran al cielo con el temor de que sus peores pesadillas ocurran... como ahora han ocurrido. ¿Se aprenderá algo de esta nueva tragedia?

 

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