José Fco. Fernández Belda
Viviendo en San Borondón
Los efectos catastróficos de la DANA en el área mediterránea valenciana, ha dado lugar a que se recrudezca la lucha partidista sobre quién tiene la culpa de los efectos destructivos para los habitantes de las zonas afectadas, a la vez que se procura echar una paletada de lodo sobre las causas reales que originaron el no poder minimizar los daños previsibles. Esas causas hay que situarlas no tanto en la imprevisible intensidad de la DANA, sino en no haber ejecutado unas obras hidráulicas más que razonables, a mi entender, por puro sectarismo.
Resulta patético y hasta ofensivo aplicar a este caso particular el tan manido como equívoco eslogan “el cambio climático mata”, cuando resulta evidente a la vista de los resultados que lo que realmente ha matado ha sido el que no se hubieran construido las presas, derivaciones de cauces y otras obras hidráulicas plasmadas en proyectos concretos desde hace al menos un siglo. Hablando en términos genéricos, España es un país en el que sobra agua en unas zonas y falta en otras. Por eso, al menos desde que nos invadieron los romanos, estos se dedicaron a construir acueductos, forma clásica de denominar los trasvases de agua, como el de Segovia, Peña Cortada en Valencia o Los Caños de Carmona en Sevilla. También construyeron presas, como el embalse de Cornalvo muy cerca de Mérida y por cierto, su entorno fue declarado parque nacional en 2004. O la presa Almonacid de la Cuba, Zaragoza, o la toledana presa de Consuegra, y así un largo catálogo de obras hidráulicas, algunas de ellas tan denostadas por un ecologismo militante antisistema.
Pero sin necesidad de remontarnos a la historia antigua, se puede citar el antecedente del periodo de la dictadura de Primo de Ribera, en el que se crearon las confederaciones hidrográficas y se sentaron las bases políticas y técnicas para lo que después fue el Iº Plan Nacional de Obras Hidráulicas de 1933, con un marcado sesgo mediterráneo. Fruto de esta preocupación histórica fue la elaboración y aprobación con financiación europea de Plan Hidrológico Nacional durante el gobierno de Aznar, con los dos focos de atención principales: uno, el redistribuir el agua de las zonas donde sobra a las que falta; y dos, el paliar, que no evitar en su totalidad, los efectos de las periódicas riadas y gotas frías, hoy llamadas con más precisión DANA. Conviene recordar que una de las primeras medidas de Zapatero fue derogar ese PHN para prometer elaborar otro cuyas pocas actuaciones fueron un notable fracaso, como ejemplo las potabilizadoras sustituyendo a trasvases. Es ahora de penosa actualidad valenciana recordar que Teresa Ribera primero aprobó y después ignoró los planes para la construcción de presas, recanalización de cauces de barrancos, su limpieza y otras actuaciones que la Confederación Hidrográfica del Júcar había previsto.
No se trata ahora de llorar por la leche derramada, sino de dejar a un lado “argumentarios” políticos de todo signo y dejar hablar a los técnicos competentes que saben de estos asuntos, no a unos tan inventados como anónimos “comités de expertos de reconocido prestigio”, para que a la mayor brevedad posible elaboren un nuevo Plan Hidrológico Nacional que sea eficaz para optimizar el reparto de un bien escaso en unas áreas y sobrante en otras, como es el agua y para intentar minimizar los imprevisibles efectos de la meteorología. Será mucho más efectivo si dejan a un lado el mantra de que la causa de estas terribles tragedias es el presunto cambio climático de origen antropogénico y también si dejan de repetir insistentemente, como la gota malaya, que si estos fenómenos naturales se producen es porque no aceptamos el dogma plasmado en la Agenda 2030. O dicho de otra forma, aunque eso fuera verdad, cosa poco más que dudosa, el foco inmediato debe centrarse en construir las obras hidráulicas que puedan paliar, si no evitar completamente, los devastadores efectos de las futuras DANA, pues haga lo que haga el Gobierno, se seguirán produciendo hasta el fin de los tiempos como las ha habido desde siempre. Si obras son amores y no buenas razones, ahora mismo es el momento de iniciar esas actuaciones urgentes y dejar para el próximo futuro lo de salvar al planeta.
Tratar de insistir y de convencer a la gente de que la causa única y primera de la catástrofe de Valencia es que “el cambio climático mata” y que los efectos perversos que han arruinado a esas zonas se deben sólo a la mala gestión del gobierno autonómico y que unos avisos de la AEMET en tiempo y forma podrían haber evitado muchas muertes y daños, es querer ocultar dos cosas: una que el clima no es algo que pueda controlar ni el Dr. Sánchez ni nadie; y dos, que no se ejecutaron las obras hidráulicas necesarias ni se acondicionaron adecuadamente los cauces de barrancos. Estas dos razones debieran devolver el asunto al terreno de los técnicos competentes y dejar a los políticos sólo la priorización de la ejecución de esas obras necesarias y buscar su financiación. Buscar cabezas de turco y culpar al cambio climático de estos y otros desastres naturales en crear cortinas de humo para ocultar la incompetencia gubernamental, nacional y autonómica.